martes, 19 de mayo de 2009

En ocasión de mayo, un poquito de lluvia


Como muchos saben, los aztecas tenían un dios para la lluvia, de nombre Tláloc, o sea, “el que barre los caminos”. Esto quería decir que si había lluvia, Tláloc estaba de buenas y limpiaba la ciudad. Si había sequía, estaba disgustado, y sus adeptos debían barrer el templo y la casa y la plaza, bailar con maraca y hacer sacrificios. Si por resultado de la lluvia, moría alguien, la mayor parte del tiempo era en nombre de un beneficio común mayor, y por consiguiente, un honor.

Con nuestro dios cristiano, sin embargo, nunca se sabe. Nos manda lluvia y nos manda sol, y las dos cosas son buenas. Permite que la gente viva y muera, y las dos cosas son buenas. Permite que nos metamos a conventos y nos arrastremos por las cunetas, y las dos cosas son buenas. Tláloc es muy verbal, muy expresivo: con entusiasmo envía huracanes porque nada lo hace más feliz que barrer los caminos y limpiar las tierras para los viajantes. A este temperamental dios nuestro, por el contrario, siempre hay que buscar excusas para su silencio o su aparente ausencia, como al miembro adicto de una relación codependiente. Podemos agradecerle con las mejores acciones, con las más expresivas palabras, los más hermosos cantos, pero nunca tendremos forma de saber si nos escucha o si le placemos. Pienso que gastamos energía de más en complacer a un dios tan reservado, al cual probablemente ni siquiera le caemos bien… siendo principalmente éste el motivo por el que a menudo, como dice mi abuela, “veo la tempestad y no me hinco”.

lunes, 9 de marzo de 2009

La chica que creía en los cuentos de hadas (cuento en verso para pasar el rato)



-Él es bien inteligente...
-Sí, es súper capaz. Dime, ¿qué va a hacer él con una nena que aún cree en cuentos de hadas?
(Escuchado al pasar)

Érase una vez un tipo
pensado por todos extremadamente capaz.
Érase una vez una chica que creía en los cuentos de hadas.
El tipo capaz se lió con una chica que se pensaba extremadamente independiente.
La de los cuentos de hadas se lió con un chico que leía sin parar en el tren.
El chico que leía sin parar en el tren perdió su celular
por tener la nariz metida en Austen,
y la chica extremadamente independiente lo encontró.
Llamó al número que decía "Mi nena".
Respondió la de los cuentos de hadas,
que por casualidad estaba cerca de la estación.
Se vieron, se sonrieron. El celular pasó de manos.
El chico que leía sin parar recibió su celular, y marcó para agradecerle.
Le gustó su voz. La invitó a su Facebook.
Un buen día se encontraron en el tren
y pasaron todo el viaje charlando sobre Austen.
La chica independiente se compró "Sense and Sensibility".
Comenzó a leerlo en el tren, en el baño, antes de ir a dormir.
El tipo capaz comenzó a escuchar disertaciones sobre Austen a la hora del desayuno.
El chico que leía sin parar se dio cuenta
de que estaba pensando demasiado en la chica independiente.
Decidió sacarla de su Facebook.
Se consiguió un vehículo, y dejó de irse por tren.
La chica independiente dejó de verlo en el tren.
Lo llamó, pero no respondió.
Lo buscó en Facebook, pero no lo encontró.
El tipo capaz, mientras tanto, no se preocupó demasiado
por la pila de libros de Austen en el cesto de la basura.
La chica independiente buscó en Facebook
a la chica que creía en los cuentos de hadas
y se hizo su amiga,
bajo el nombre del tipo capaz.
Comenzaron a escribirse sobre "Pride and Prejudice".
La chica independiente descubrió que la chica que creía en los cuentos de hadas,
como era de esperar,
adoraba a Austen, sobretodo a Mr. Darcy.
Mientras tanto, el chico que leía sin parar, tuvo que parar;
tuvo que trabajar horas extra para pagar su vehículo.
La chica que creía en los cuentos de hadas se frustraba por su ausencia
y soñaba con Mr. Darcy, eh- perdón, el tipo capaz...
Una tarde le escribió que quería verlo y que estaba pensando dejar a su nene.
La chica independiente reenvió el mensaje al chico que leía sin parar
y borró el perfil falso de Facebook.
Sola y abandonada, la chica que creía en cuentos de hadas
buscó al tipo capaz en Facebook.
Encontró al verdadero
y le envió una diatriba de insultos y reproches
con temática de literatura decimonónica.
El tipo capaz contempló su foto y le pareció una lástima
que una chica tan linda estuviera tan alucinada,
sin siquiera sospechar
que vivía con una chica que podía hacerle las vacaciones a Norman Bates.

lunes, 2 de febrero de 2009

Facebook como la caverna de Platón



Cada vez me persuado más de que una mente adelantada concibió a Facebook como una adaptación contemporánea de la alegoría de la caverna, de Platón. Esto puede ser demostrado mediante un sencillo ejercicio de sustitución.

Sujeto: Un perfil cualquiera, desde su creación, debe obedecer ciertas normas sociales para funcionar en Facebook. Quiérese decir, ver todos los perfiles que se deseen está sujeto (la mayoría de las veces) a que te inviten e incluyan en una pequeña sociedad de amigos, donde las partes llegan a un acuerdo tácito de no joderse la vida mutuamente, que comprende, pero no agota, el no sabotearse las conquistas, no hablar mal del otro y el emitir comentarios corteses y no críticos, así como corresponder, cada vez que se pueda, los regalitos. En cambio, se tiene cierto "derecho" a ver todas las paredes (walls) que se deseen y a estar constantemente actualizado de cada acontecimiento en la vida del amigo.

Las sombras proyectadas en la pared: Los mensajes que un amigo deja en el wall, leídos con sumo interés por los otros 489 amigos.

La fogata del mundo real: El más allá, de donde provienen las fotos y toda la evidencia que apunta a una vida fuera de la pantalla.

El sujeto que se levanta, rompe las cadenas y trata de rompérselas a los demás: El perfil que se desactiva por cualquier razón, sea desinterés, paranoia, o falta de tiempo. Los otros amigos se dan cuenta de la ausencia. Lo buscan. No lo encuentran. La falta provoca que redescubran la fragilidad de sus acuerdos tácitos, sus comentarios, sus alianzas, sus propias existencias cibernéticas. Por cada búsqueda infructuosa del perfil desactivado en la base de datos, Facebook se encarga de enviar al sujeto mensajes ("Someone misses you") para persuadirlo de que regrese.

domingo, 14 de diciembre de 2008

De inventario

Si un día te voltearas y miraras hacia atrás, me gustaría que encontraras:

Una silla apolillada, color hormiga, y un libro de Poe muy viejo, con ilustraciones en tinta, abierto en Berenice.

Una ventana de celaje negro y hoja de papel, de par en par, que te mostrara una ciudad rutilante de hologramas y espejos, bocinazos y quince mil pasos por minuto, desde el piso seis de tu apartamento.

Un enigma dentro de uno de los vasos de plástico que piensas desechables, alérgicamente guardado en el gabinete más recóndito de la cocina.

Un retrato desvaído sobre el armario de las películas, de rostros que no tienes ya ni idea de quiénes son o dónde están.

Una trampa de pega bajo tu nevera, polvorienta de lo que fueron alguna vez cucarachas muertas, que será removida cuando ya no estés.

Un frasco de lejía lleno de manchas de corrosión, bajo el lavamanos, enmoheciendo la madera con un anillo cuya circunferencia se amplía exponencialmente con cada sombra que pasa.

Ocho recibos rosados que nivelan la mesita donde escribes, doblados bajo una pata.

Dos labios formando un beso permanentemente lúdico, escurriéndose con lentitud por el tallado de tu puerta.



jueves, 4 de septiembre de 2008

Peeping Tom, viñetas del film



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(Se pueden escribir volúmenes de cada escena de esta película. Aquí les presento un intento de racionalizar unos pocos elementos de esta fascinante historia.)

Se encuentra en todos lados. Como un espectador de oficio (reflejo de nosotros, la audiencia), la atención no debería estar/no está enfocada en él. La pupila de nuestro protagonista se vuelve foco de placer. Refleja nuestra propia condición de espectadores. Refleja la chica de la que se ha enamorado, su vecina. La cámara es el órgano sexual del protagonista, un arma fálica y mortífera. Está fascinado con la modelo que tiene una cicatriz en la boca: la belleza convencional es común, no le interesa; la deformidad en un rostro hermoso hace el objetivo deseable.

Educación

Es la criatura de su padre. Primero fue el objetivo/víctima, cuando era niño, y su padre trató de filmar su proceso de crecimiento. El padre le compra su primera cámara, y lo filma con ella. Luego, él filma a su padre. Siendo una especie de "lente original", el padre es imposible de enfocar con nitidez, justamente como si se tratara de identificar el punto inicial en un túnel que formaran dos espejos, uno frente al otro.

Primicias

Tiene tres primicias de contacto con el sexo opuesto: la prostituta, la chica de la boca cortada y la invitación que hace a su vecina para que suba a su apartamento. Las tres tienen, a su vez, contacto con la muerte. La prostituta termina muerta, la modelo de la boca cortada ha estado en peligro y la vecina, como él más adelante afirma, si el la ve asustada, va a querer completar la tarea...

Especular

Se enamora de la vecina porque reconoce en ella algo de sí mismo: tiene cierta ingenuidad que los hace cómplices. Ella se atreve a asomarse por la ventana por donde él fisgonea su fiesta de cumpleaños. Se atreve a subir al altillo donde vive para conversar con él. Se atreve a permitir que él la escrutine con sus ojos redondos. Se atreve a insinuarle que podrían tener una cita, y cuando él se lo propone, le pide que deje su cámara en casa. Caminando con él por la calle, se detiene a contemplar una mujer quitándose unas medias, y le demuestra que es un acto que pueden compartir.

Fisgón

El ojo se coloca constantemente en sitios ocultos, incómodos: sobre un letrero, detrás de unas escaleras, tras celosías de encaje. Estás en el lente, detrás de los espejos, donde no se supone que estés. Esta posición se contrapone a la oscuridad del cuarto de proyección, donde el personaje principal ve una y otra vez las películas caseras de su infancia y las que hace en su adultez. Hay escenas, que al verlas, causan incomodidad por su proximidad a lo desconocido, a lo freaky, lo extraño; hay escenas que son insoportables, precisamente porque no se pueden ver. Para él, peor que ver demasiado, sería no poder ver, porque no podría reconocer la proximidad de la propia muerte.

jueves, 5 de junio de 2008

Conejos invisibles


“Well, you've heard the expression 'His face would stop a clock'? Well, Harvey - can look at your clock and stop it. And you can go anywhere you like - with anyone you like - and stay as long as you like -- and when you get back – not one minute will have ticked by.”
-Dowd, Harvey (1950)

Recientemente vi la película Harvey (1950). Esta comedia de errores protagonizada por James Stewart, trata sobre un hombre, Elwood P. Dowd, que tiene una gran amistad con un conejo invisible que mide seis pies y se llama Harvey. Dowd es un señor muy simpático y civilizado; quien lo encuentre en su camino tendrá siempre su tarjeta de presentación y Harvey le será presentado sin demora. La mayoría de la gente se desconcierta y huye de él, pero a Dowd no parece importarle demasiado.

El conejo es un “pooka”; un espíritu de la mitología celta (¿les suena Puck, de A Midsummer Night's Dream?) cuyo pasatiempo es hacer bromas y travesuras. Dowd acostumbra detenerse en un bar a tomarse un martini con Harvey y a conocer gente. Muchas personas se allegan a este bar, cada una con un rollo personal más grande que la anterior, e inevitablemente se forman discusiones sobre quién la está pasando peor. No obstante, cuando Dowd presenta a Harvey, todos quedan mudos, y Dowd piensa que es por la envidia que le tienen. Aparte de posar como condición mental, Harvey puede predecir el futuro, e incluso detener el tiempo. Esta aptitud provoca una de las escenas más atractivas (a mi juicio) de la película, cuando un psiquiatra le confía a Dowd cómo le gustaría que Harvey detuviera el tiempo para él. En lo personal, veo a Harvey como un recordatorio de los "paquetes" (relaciones personales, estados mentales, tics) que acostumbramos a llevar y de cierta manera nos excluyen del grupo de la "gente normal" donde siempre aspiramos a pertenecer. El bulto que acostumbramos, por acuerdo tácito, a ignorar: está ahí, te lo veo, pero lo voy a pasar por alto porque no es admisible en la sociedad civilizada.

Por otra parte, Donnie Darko (2001) es una película con Jake Gyllenhaal en la que el protagonista ve un conejo humanoide, Frank, que le predice que el mundo acabará en 28 días. Donnie Darko es un pastiche de cultura pop y ciencia ficción, donde Harvey parece inspirar una pequeña porción de la trama por antítesis. Mientras en Harvey, Dowd es un “loco inofensivo”, educado hasta la saciedad, versado en las más oscuras reglas de etiqueta, y su conejo imaginario es abrazablemente cute, en Donnie Darko, Donnie es un chico psicótico, ridiculizado por sus compañeros de clase, y su conejo es trágicamente realista. No la contaré por si no la han visto, pero recomiendo que vean una y después la otra. Ambas exploran un poco los toppings del existencialismo, cada cual a su manera.

Por cierto, aunque aún no veo mi conejo, pienso que se parece al heraldo de la reina de corazones, siempre apurado, mirando el reloj.

lunes, 21 de abril de 2008

360

Primero, silencio.
Un cuadrado violáceo unido en punta a otro azul
formando un 90x4 exacto
de un glorioso azul eléctrico.

Primero, silencio.
Un leve rumor de hojas.
Hojas de sonido que se afina como cuchillas
hasta llegar a la exactitud
que circunda el golpe de un cimbal contra otro.

Primero, silencio.
El azul eléctrico -parecido al cielo nocturno
ocho minutos antes de las ocho-
se enciende en grietas claras de luz
y comienza su propio consumo en lenta retirada.

Primero silencio, antes del ligero movimiento inicial.

martes, 11 de marzo de 2008

Otra razón para ordenar delivery

-Tengo hambre.
-Te hago un sandwich ahora.
-No, no es para que me hagas un sandwich. Yo me levanto ahora a hacerlo.
-¿No quieres que yo te lo haga?
-No, no tienes por qué hacerlo.
-Ah.
-¿Tienes hambre? ¿Quieres un sandwich tú también?
-Enseguida me levanto y hago sandwiches para los dos.
-No, yo lo hago.
-Yo lo hago. No me molesta.
-Pero yo fui el de la idea. Es justo que yo-
-Entonces no quieres que yo lo haga.
-No es eso…
-Bien, no lo hago.
-Está bien, hazlo.
-No, en serio, si no quieres que yo lo haga…
-No es que no quiera que tú lo hagas, es que yo fui el de la idea.
-Pues vete a hacerlo.
-¿Quieres uno?
-No.
-¿Estás molesta?
-No, no.
-Esta bien, no hago un carajo.
-Haz lo que te dé la gana.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Feliz día

-…pues yo siempre le compro camisas, y él se las pone, pero este año decidí regalarle algo que de verdad le guste-
(las dos a la vez)
-¡Un libro!

(Oído al pasar)

No quisiera hacer una tormenta en un vaso de agua, de verdad que no. A mí toda esa caca cursi de San Valentín siempre me dio náuseas, y mis jevas anteriores lo entendían. A Debi le parecía, y cito, “una farsa más de las multinacionales para quedarse con la miseria que uno gana”. A Janet le gustaba, pero decía que le daba igual… siempre la invitaba a dar una vuelta, sin embargo. La sarcástica de Gina apenas aguantaba ver los corazones de cartón colgando en todos sitios. Cuando conocí a Mili, sabía en lo que me estaba metiendo: la primera vez que la vi, tenía puestas dos antenas con copos de nieve en las puntas. Con ella, me encontré haciendo cosas, yendo a sitios y frecuentando tipos de gente que ni en mil años-luz me hubiera imaginado. Comencé a ir a la playa, me empezó a gustar el Náutica (que siempre me olió a colonia de chulo caro) y me hice tan adicto a Volcom que ya no me quedó espacio en los cristales del carro para las pegatinas. Claro que al viejo, con todo lo asceta que es, tuve que inventarle que era cosa de Mili. La gel, La Gran Vía, las Ray Ban de 160 dólares, todo quedó como cosa de Mili en casa. Debo confesar que espero con impaciencia los sábados de fin de mes, cuando Mili cobra y separa un dinero para gastarlo en el mall. Me gusta cargarle las bolsas, verla escoger los tops, ayudarla a combinar, para luego vérselo puesto dos o tres días después. Me he vuelto un poco distinto al que era, y miento si digo que sigo leyendo como antes.

A Mili le gusta que le hable de literatura; aunque es de Relaciones Públicas, descubrí una sensibilidad en ella poco común hacia las artes narrativas. Siempre le regalaba libros para cumpleaños, Navidad, San Valentín. El último sábado de enero, noté que se quedó como bruta contemplando una cartera Jimmy Choo, imitación, por supuesto, pero bastante llamativa, roja, trabilla de metal con el monograma, llave del zíper tamaño jumbo. Costaba sesenta, y era eso o los zapatos, así que la tuvo que dejar. Luego volví y se la compré, pensando que la sorprendería positivamente no tener que deprimirse otra vez con Yourcenar o Günter Grass por “estar bien” conmigo. Ese sábado examinamos varias camisas marca Element. Me gustó una, que venía en marrón y en azul, y pensé que entendió mis traslúcidas indirectas.

Hace poco, hice un examen de conciencia y me encaré en el espejo con varias verdades que me dormían adentro. Acepté que Yourcenar me parece un mega tostón, que mis anaqueles se desbordan de libros que no he terminado, y que me metí a estudiar literatura por seguirle los pasos al viejo, además de que a las jevas les encantan los tipos que les citan a Bataille entre miradas sugerentes.

No debí hacerlo, pero quería saber si era azul o marrón, para combinarla con el mahón. Leí en GQ que el azul oscuro con mahón oscuro es aburrido, lo cual me parece, no sólo razonable, sino irrefutablemente lógico, ya que no resalta ninguna de las dos piezas. Ayer, en la gasolinera, le pedí a Mili que me comprara unos fusibles para el carro y le rebusqué debajo del asiento. Honestamente, pensé que Memorias de Adriano, de Yourcenar, no venía en versión anotada, y para mi mala estrella…

Repito: no quiero hacer una tormenta en un vaso de agua. De cierta manera, aprecio su regalo y todo, entiendo por qué lo hizo, y la amo muchísimo más por eso, pero ahora no sé qué carajo me voy a poner el viernes con los cargos nuevos, y eso me tiene de pésimo humor.

jueves, 24 de enero de 2008

La guerra de los hornos

Para Reinaldo Arenas, por La loma del ángel, que era lo que leía por aquellos días en que me inventé esto.


Un estudiante de 20 años de traslado se encontraba, el primer día de clases, en uno de los vestíbulos de su nueva alma mater, completamente desorientado. Vio el letrero que anunciaba "Biblioteca" a su lado y decidió pegar un SOS en el mostrador. La estudiante asistente no lo pudo ayudar con su dilema. El bibliotecario de turno, algo empático, lo hizo pasar, “por hoy”.

El estudiante de traslado entró a calentar su comida en el horno microondas de los empleados. El dilema se repitió en aquel sitio con una frecuencia incomprensible, con otros estudiantes de traslado, otras loncheras, otros bibliotecarios y otros resultados, naturalmente. Por unas dos semanas, el SOS, “¿dónde está el lounge de los estudiantes?” ocasionaba, ocasionalmente, la pregunta “¿debe existir un lounge para estudiantes?” luego de la risita reprimida, al igual que otras: ¿de dónde sale el súbito interés en traer comida? ¿Razones de salud? (dada la calidad dudosa de los alimentos del centro de estudiantes) ¿Por razones económicas? (dado el costo de dichos alimentos de calidad dudosa). Y bueno, ya que no hay microondas disponible en el lounge de estudiantes, ¿qué se puede hacer?

Dejemos al hada volar.

Supongamos que el estudiante de traslado en cuestión fue sagaz. Sabiendo que existían mecanismos a los cuales recurrir en caso de una situación semejante, decidió acudir con su pedido al consejo de estudiantes de su facultad. El presidente, luego de sacar su pizza del horno, lo meditó por unos segundos y le respondió que era una petición sumamente interesante, y que levantaría el punto en la próxima asamblea. Por su parte, reflexionó, ¿sería posible que él, el estudiante de traslado, se encargara de reunir a varios compañeros que compartieran su inquietud? El estudiante aceptó de buena gana y decidió separar espacio en su agenda para escribir una petición formal a la administración y reunir firmas. Una de las miembras del consejo, que hacía fila para calentar su sandwich, le indicó que existía un horno de microondas para uso de los estudiantes en la facultad de Derecho, que no sabía si la podrían usar los estudiantes de otras facultades, pero que no perdía nada con preguntar. Otro miembro, que acababa de retirar su arroz con corned beef, tomó nota mental para mencionarlo en la reunión con la otra organización a la cual pertenecía.

Ese miércoles, los compañeros se mostraron muy interesados en el planteamiento. Cada uno donó diez dólares, y el jueves por la mañana, salieron a Topeka a adquirir un horno de microondas económico, que procedieron a pintar de rojo con una franjita negra y blanca cruzándole la puerta, para que representara adecuadamente la organización. Después de invitar a uno de sus ex miembros más ilustres a que le echara su bendición, le pusieron “El Horno Del Bien Común” y lo instalaron en el vestíbulo de una de las facultades. Pronto recuperaron los gastos cobrando medio dólar por “calentada” y de paso, distribuían literatura y recogían firmas para distintas actividades y causas.

A pesar de los frecuentes roces con empleados de mantenimiento y de la administración, que insistían en que se estaban robando la energía eléctrica, El Horno del Bien Común fue todo un éxito, tanto que los miembros de una de las organizaciones rivales, indignados por la “impunidad” con la que aquella organización, a sus ojos, hacía y deshacía en aquella universidad, suspendió brevemente su campaña electoral para adquirir, con donativos, un horno microondas más grande, que pintaron de royal blue y bautizaron con el título de El Horno del Progreso, a .25 la calentada. Los estudiantes, encantados con los dos hornos y la subsecuente disminución de las filas para calentar el almuerzo, dejaron cada vez más de comer comida de tercera en el centro de estudiantes, para placer de la que escribe.

La tercera organización, al constatar que tanto el Horno Del Progreso como el Horno Del Bien Común estaban teniendo ganancias respetables que ayudaban a adelantar las agendas de sus respectivas organizaciones, reunió dinero a su vez y adquirió, a plazos, por supuesto, un horno microondas de tamaño mediano, que denominaron el Horno Del Progreso Común. Lo pintaron de rojo encendido y le colocaron un sombrero festivo encima. Otros estudiantes, descontentos por no sentirse representados por su almuerzo, compraron otro horno, ni grande ni pequeño, le dejaron su color original (blanco) y le pusieron El Horno Apolítico. El Horno Apolítico, sin embargo, tenía su desventaja, y era que la calentada costaba un dólar (alegadamente para beneficio de las artes), y por tanto, no resultaba tan accesible.

 El estudiante de traslado contemplaba un poco pasmado, petición en mano, los resultados indirectos de su gestión. Los empleados de mantenimiento y de la administración, desesperados por el gasto de energía y la proliferación de hornos y filas de estudiantes con loncheras y fiambreras de todo tipo, cortaron la electricidad en los vestíbulos principales de las facultades. Los estudiantes que usaban sus laptops en estos lugares, inundaron la oficina de la decana con quejas. La cuota de uso de facilidades y de tecnología se puso en entredicho una vez más. Los intereses particulares de las organizaciones se hicieron patentes, un poco más patentemente. El Consejo de Estudiantes, por otra parte, no se ponía de acuerdo sobre qué posición tomar, ya que no podían encontrar tiempo para discutirlo, entre los continuos puntos de orden y las discusiones por el uso del micrófono.

Finalmente, el estudiante de traslado consiguió que una amiga le calentara el almuerzo en el hospedaje, y desde entonces dejó de preocuparse por el desenlace de aquellos eventos.

jueves, 3 de enero de 2008

1702

En 1921, Kirk Moore, el hijo de un corredor de bolsa de Filadelfia, se aventó al vacío desde una ventana del cuarto 1706, en el piso 17 del entonces joven y muy poco descuidado Hotel Pennsylvania de Nueva York, que llevaba dos años de fundado. En la ventana se encontró su sombrero. En el escritorio de la habitación había un cigarro aún encendido y una nota, escrita en el papel timbrado del hotel, que decía: “Pienso que es Hilly. Siento que mi cabeza actúa tan extrañamente. Algo se partió. Pienso que fue esta mañana. Pero amo a Hilly.” Hilly, dice la noticia, era el apodo de su esposa. Dentro de sus pertenencias, se encontró una foto sin fecha de una joven vestida de novia, así como varios documentos que proveyeron información para identificar y disponer de su cuerpo: una carta de su madre, que se encontraba con su marido veraneando en Catskill, una carta de la compañía en donde trabajaba y una dirección de contacto en caso de emergencia. El encargado del mostrador se lamentaba de no haber prestado atención cuando Moore le pidió un cuarto “en el piso más alto disponible”.

Cayó como un meteorito (si me disculpan la figura un poco manoseada) justo en lo que es hoy la entrada de Penn Station, sede también del Madison Square Garden.

A las dos de la mañana, a cuatro cuartos de su habitación, me preguntaba obsesivamente por qué Nueva York apenas tiene fantasmas. ¿Tal vez porque su agresivo mercado de bienes raíces les disgusta?

miércoles, 2 de enero de 2008

A través del espejo



Waltercio Caldas, "The Light in the Mirror" (1974) Museum of Modern Art. Con esta servidora de fondo.

"Let's pretend there's a way of getting through into it, somehow, Kitty. Let's pretend the glass has got all soft like gauze, so that we can get through. Why, it's turning into a sort of mist now, I declare! It'll be easy enough to get through --'"

- Lewis Carroll, Through the Looking-Glass

viernes, 7 de diciembre de 2007

360

Primero, silencio.
Un cuadrado violáceo unido en punta a otro azul
formando un 90x4 exacto
de un glorioso azul eléctrico.

Primero, silencio.
Un leve rumor de hojas.
Hojas de sonido que se afina como cuchillas
hasta llegar a la exactitud
que circunda el golpe de un cimbal contra otro.

Primero, silencio.
El azul eléctrico -parecido al cielo nocturno
ocho minutos antes de las ocho-
se enciende en grietas claras de luz
y comienza su propio consumo en lenta retirada.

Primero silencio, antes del ligero movimiento inicial.

domingo, 28 de octubre de 2007

El monolito, primera parte


(Este cuento fue publicado en Paxtiche, una revista online que ya no existe.)

En la novela 2001: A Space Odissey, una desinteresada cultura extraterrestre decide que ya está bueno de tener pedazos de roca flotante por ahí, albergando formas de vida demasiado simples, y coloca, en algunos planetas, un misterioso aparato capaz de detectar inteligencia. Este aparato (un monolito llamado TMA-0), que parece uno de los bancos de la estación del Tren Urbano de Río Piedras semienterrado en la arena, parece suscitar una atracción irresistible en algunos simios (Homo-erectus) hambrientos y aburridos. Presas de sus ondas vibratorias, los simios comienzan a desarrollarse tecnológicamente: uno descubre que puede afilar un pedazo de piedra si lo golpea muchas veces con otra, otro descubre que puede consumir los antílopes medio inútiles que le obstaculizan el paisaje, etc. A Space Odissey postula que el TMA-0, ya no tanto mamá evolución, es el gran secreto del surgimiento y los éxitos del Homo sapiens.

Fast forward al siglo 21:

Cierta fundación caribeña se hallaba preocupada por la alimentación del Homo sapiens en proceso de educación secundaria. Decidió contratar a un artista con un sólido trasfondo en Ciencias Naturales para que diseñase un aparato que ayudara a dicho sujeto a tomar una decisión sabia respecto a su salud alimentaria, factor que, como ya sabemos, influye enormemente en el desempeño en los estudios.

El artista científico accedió al proyecto, con tres condiciones:

1. Su nombre no debía ser divulgado, salvo en ciertas publicaciones arbitradas y aprobadas previamente por la fundación.

2. El nombre de la obra (TMA-Feeding) tampoco debía ser divulgado, por razones de patente y seguridad (aunque se rumora fue por temor a demandas de plagio).

3. Nadie debía saber qué significaba la obra, ya que su efectividad, como el aparato que lo inspiró, dependía en un 77.6% de la ignorancia previa del sujeto sobre sus funciones.

La construcción del TMA-Feeding comenzó en los predios de un parque de pelota abandonado en la década de los setenta; hogar de un cráter que desafortunadamente se había tragado algunos jugadores y resistía relleno de todo tipo de material. Este parque se rebautizó con el afortunado nombre de “Parque del Centenario” (para conmemorar los 2,000 centenarios del Homo sapiens sobre la tierra) y se comenzó la construcción en algún momento indeterminado del 2002 (presumiblemente verano).

Posteriormente, se contrató una compañía independiente para monitorear y evaluar la conducta (durante cinco años) del Homo sapiens en estudios secundarios. Al cabo de los tres años, la compañía independiente rindió un informe de 3,543 páginas (y 27 anejos de gráficas), con resultados alarmantes. La tabla de progreso de los sujetos mostró un marcado descenso, no solo en los niveles de alimentación, sino también de conformidad civil. Esta noticia, sin embargo, no sorprendió demasiado a la administración de la universidad caribeña, que se había visto obligada a extender períodos de clases, aumentar la matrícula, demandar, sancionar y gastar un valioso 41.9% de su presupuesto en pintura color beige.

El monolito, segunda parte


El TMA-Feeding: ¿Fracaso?

Al increpársele sobre el alegado fracaso del proyecto, el artista científico declaró, desconcertado, que no había incurrido en errores de cálculo durante la construcción de los monolitos. Incluso, en vez de limitarse a uno, había diseñado trece de estos aparatos, uno para cada facultad y escuela, según los requerimientos alimentarios de cada grupo. El monolito de la facultad de Ciencias Naturales, por ejemplo, transmitía una necesidad de consumir grandes cantidades de café y el de Educación, (el último en la foto, cuya interpretación correcta es que se reclina para que lo trepe un niño), galletitas de animales.

Nuevamente se contrató la compañía independiente para que hiciera un análisis detallado de la composición orgánica de la tierra del parque de pelota alrededor de los monolitos, del aire alrededor del área y de la flora adyacente, para determinar cuál era el problema. Seis meses después, la compañía sometió un segundo informe exhaustivo de 1,746 páginas (y 14 anejos de gráficas), donde demostraba, sin lugar a dudas, que las ondas vibratorias estaban siendo neutralizadas por las abundantes partículas de curry en el aire, procedientes de un establecimiento informal de expendio de comida, conocido popularmente como “La Carpa”, por la enorme lona que lo resguardaba del sol. Asimismo, algunos clientes, sospechando tal vez la función verdadera de los aparatos, tapaban con pintura en aerosol algunos circuitos vitales de los monolitos, disminuyendo su efectividad hasta en un 82.42222%.

La administración universitaria de la universidad caribeña decidió presentar sus disculpas en una carta formal al artista científico y removió con premura el establecimiento de expendio de comida. De igual manera, colocó un guardia para velar por la seguridad del aparato tecnológico, cuyo valor total asciende a las siete cifras.

Aún se espera por los resultados del tercer informe.

viernes, 17 de agosto de 2007

Virides

Siempre he sentido una fijación poco saludable por las plantas de mi abuela. Uno de los primeros regaños que recibí tuvo que ver con ellas. Hay una foto por ahí, de una niña de dos años, sentada en un andador, la mano metida en una de esas matas de interior cuyo nombre ignoro, un segundo antes de la catástrofe. Si le pidieran a mi abuela que describiera a su nieta de niña con una sola palabra, sería “presentá”. Y es que me gusta mirar el verde de las matas. No confundan mi obsesión con cierto sentido predestinado de ecopreservación. Solo sé un poco de plantas y debería reciclar más. Tal vez lo que afirmo es más común que llover, pero me siento mejor rodeada de verde.

Hemos asociado a los colores diversas ideas, conceptos, sentimientos y objetos, estados de ánimo e incluso propiedades curativas. El color verde no es la excepción. Verde es el color de la envidia (lo que los anglos han calificado de “green-eyed monster”). Verde es el color de la esperanza. Verde es el color del dinero, y por extensión de la filantropía, uno de los pilares de la sociedad capitalista. Verde es el color de los ambientalistas. Verde es el color de la Heineken, y por extensión, ya sabemos que cuando vamos a un pub y vemos a alguien con una en la mano, inferimos que probablemente le gusta el jazz y guía un Camry, o por lo menos, es la demografia a la que se dirigen esos anuncios chorreantes de euro-chic. El verde de las esmeraldas trae mala suerte, porque atrae el mal de ojo. Verde es el color de la absenta, que los brillantes poetas de la bohemia bebían como agua.

Y verde, finalmente, es el color de las hojas, de los árboles, de la jungla y de las botellitas de refresco que mi abuelo rompía para mezclar los vidrios con gravilla y así lograr que la escalera de la entrada de la casa luciera gotas verdes de luz.

“Virides” es la forma plural de “verdes” en latín. Para mí, la libertad también es verde.

viernes, 20 de julio de 2007

Punkorama

En el fin de semana estuve leyendo sobre Sid Vicious, el bajista de los Sex Pistols. Para quien no lo sepa (no tienen por qué saberlo, anyway) los Sex Pistols fueron una de las bandas de rock más importantes del movimiento punk inglés de los setenta, y su filosofía se puede resumir, un poco injustamente, en rebelión total y absoluta contra lo establecido (entiéndase “los valores hipócritas pequeño burgueses”). No obstante, la música punk es mucho más que una actitud/pose, es un estilo de vida, y Sid Vicious es considerado el epítome, el cénit/nadir de la esencia punk. Su vida breve, deliberadamente saturada, estilizadamente desordenada, recuerda mucho a las de los poetas románticos, los modernistas… con la diferencia de que Sid, atrapado entre fotográficos deseos ajenos, era más imagen que arte canónico. De acuerdo a Wikipedia, sus destrezas como bajista y como compositor eran extremadamente limitadas. Su arte era su pelo negro peinado en puntas, sus cadenas y vinilos, su eterna actitud de can enjaulado, la cara de nene bueno que, por contraste, se preserva en decenas de fotos.

En los últimos diez meses de su vida se lo veía constantemente acompañado de su novia, la fantástica Nancy Spungen, natural de Filadelfia, de familia judía. Pelo teñido de rubio platinado, labios gruesos y desafiantes, falda corta de cuero, se la apodó “Nauseating Nancy”, tal vez para denigrarla, pero el tiro les salió por la culata. A alguien que se llame Sid Vicious no le convendría una “Romantic Nancy”.