domingo, 28 de octubre de 2007

El monolito, primera parte


(Este cuento fue publicado en Paxtiche, una revista online que ya no existe.)

En la novela 2001: A Space Odissey, una desinteresada cultura extraterrestre decide que ya está bueno de tener pedazos de roca flotante por ahí, albergando formas de vida demasiado simples, y coloca, en algunos planetas, un misterioso aparato capaz de detectar inteligencia. Este aparato (un monolito llamado TMA-0), que parece uno de los bancos de la estación del Tren Urbano de Río Piedras semienterrado en la arena, parece suscitar una atracción irresistible en algunos simios (Homo-erectus) hambrientos y aburridos. Presas de sus ondas vibratorias, los simios comienzan a desarrollarse tecnológicamente: uno descubre que puede afilar un pedazo de piedra si lo golpea muchas veces con otra, otro descubre que puede consumir los antílopes medio inútiles que le obstaculizan el paisaje, etc. A Space Odissey postula que el TMA-0, ya no tanto mamá evolución, es el gran secreto del surgimiento y los éxitos del Homo sapiens.

Fast forward al siglo 21:

Cierta fundación caribeña se hallaba preocupada por la alimentación del Homo sapiens en proceso de educación secundaria. Decidió contratar a un artista con un sólido trasfondo en Ciencias Naturales para que diseñase un aparato que ayudara a dicho sujeto a tomar una decisión sabia respecto a su salud alimentaria, factor que, como ya sabemos, influye enormemente en el desempeño en los estudios.

El artista científico accedió al proyecto, con tres condiciones:

1. Su nombre no debía ser divulgado, salvo en ciertas publicaciones arbitradas y aprobadas previamente por la fundación.

2. El nombre de la obra (TMA-Feeding) tampoco debía ser divulgado, por razones de patente y seguridad (aunque se rumora fue por temor a demandas de plagio).

3. Nadie debía saber qué significaba la obra, ya que su efectividad, como el aparato que lo inspiró, dependía en un 77.6% de la ignorancia previa del sujeto sobre sus funciones.

La construcción del TMA-Feeding comenzó en los predios de un parque de pelota abandonado en la década de los setenta; hogar de un cráter que desafortunadamente se había tragado algunos jugadores y resistía relleno de todo tipo de material. Este parque se rebautizó con el afortunado nombre de “Parque del Centenario” (para conmemorar los 2,000 centenarios del Homo sapiens sobre la tierra) y se comenzó la construcción en algún momento indeterminado del 2002 (presumiblemente verano).

Posteriormente, se contrató una compañía independiente para monitorear y evaluar la conducta (durante cinco años) del Homo sapiens en estudios secundarios. Al cabo de los tres años, la compañía independiente rindió un informe de 3,543 páginas (y 27 anejos de gráficas), con resultados alarmantes. La tabla de progreso de los sujetos mostró un marcado descenso, no solo en los niveles de alimentación, sino también de conformidad civil. Esta noticia, sin embargo, no sorprendió demasiado a la administración de la universidad caribeña, que se había visto obligada a extender períodos de clases, aumentar la matrícula, demandar, sancionar y gastar un valioso 41.9% de su presupuesto en pintura color beige.

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