El corre y corre y la sed insaciable de gasolina, las filas
en el supermercado y en la gasolinera y en la fábrica de hielo, los accidentes
automovilísticos en las intersecciones, los embotellamientos causados por
presidentes muy poco presidenciales: en medio de este conflicto climático y bélico leo La guerra y la paz de Liev Tolstói. La
había comprado hacía años, una edición de Planeta traducida muy bien al español
y al fin me tocó apresar el tiempo para leerla entre espera y turno, sol
y linterna de baterías.
Como sucede con las novelas rusas decimonónicas,
leerlas es un peregrinaje. El mío fue, bien de pie o sentada, a medio metro por
hora.
La guerra y la paz
presenta una serie de personajes complejos y humanos; difícil no identificarse
con uno o varios. El personaje que lleva la dirección de la trama es el oficial Andrei Bolkonski, un hombre ácido, arrogante, que quiere protagonizar su propia
hazaña, idealista, perfeccionista; en cierto punto siente, sin embargo, culpa
por su propia inflexibilidad. Su amigo, Pierre Bezújov, es un hombre dulce y tonto, ingenuo y genial,
harto de la vida que lleva, hambriento de cambios y de conocimiento. Ambos
interactúan de diversas maneras con la familia Rostov, que me recordó bastante las
familias de la nueva ola en Puerto Rico: adinerados,
aunque no demasiado; su hogar es el centro social del vecindario. Los hijos
asisten a cotillones y fiestas para jóvenes de su edad y el padre es experto en
preparar fiestas y homenajes a amigos y personajes importantes. El hijo mayor,
Nikólai, es un chico superficial, intenso fanboy
del zar Alejandro I. Vive soñando con el momento adecuado para acercársele y
demostrarle su amor y entrega patriótica con alguna hazaña completamente
irreal. Va a la guerra como quien va al cine, con un inmerecido título de húsar,
y lo hieren en el brazo antes de darse cuenta de que debió haberle puesto más atención al training. Natasha, su hermana, es la chica perfecta, a ojos del autor: jovencísima,
vivaz, enamorada de su propio rostro, voz y figura, ingenua, sincera y espantosamente aburrida de su entorno.
La épica trama se desarrolla en varios episodios bélicos
intercalados con escenas domésticas, bailes, cenas, cacería y paseos en el
campo: escenarios de “paz”. Sin embargo, la frontera entre el escenario bélico
y el pacífico se diluye. Un baile de sociedad, por ejemplo, se convierte en una
pugna entre bandos para determinar quién es más atractivo o influyente, o quién
tiene más acceso al emperador. Un lecho de muerte escenifica una batalla por
determinar quién hereda las propiedades del agonizante. Un momento
aparentemente romántico entre dos jóvenes que comienzan a conocerse es una
emboscada para lograr una oferta de matrimonio. De manera inversa, la estructura
militar le proporciona a Nikólai un refugio donde puede respirar y ordenar sus
pensamientos. Andrei se siente vivo, útil, en medio de la batalla y
encuentra la paz mirando el ancho cielo, a la penumbra de la muerte. Pierre
también encuentra razones para seguir existiendo entre disparos de cañón
y fusil; incluso vuelve a la guerra para morir heroicamente, vestido de blanco entre los soldados, que se ríen y se preguntan unos a otros de dónde salió aquel loco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario