sábado, 7 de octubre de 2017

La guerra y la paz, de Liev Tolstói

El corre y corre y la sed insaciable de gasolina, las filas en el supermercado y en la gasolinera y en la fábrica de hielo, los accidentes automovilísticos en las intersecciones, los embotellamientos causados por presidentes muy poco presidenciales: en medio de este conflicto climático y bélico leo La guerra y la paz de Liev Tolstói. La había comprado hacía años, una edición de Planeta traducida muy bien al español y al fin me tocó apresar el tiempo para leerla entre espera y turno, sol y linterna de baterías.
Como sucede con las novelas rusas decimonónicas, leerlas es un peregrinaje. El mío fue, bien de pie o sentada, a medio metro por hora.
La guerra y la paz presenta una serie de personajes complejos y humanos; difícil no identificarse con uno o varios. El personaje que lleva la dirección de la trama es el oficial Andrei Bolkonski, un hombre ácido, arrogante, que quiere protagonizar su propia hazaña, idealista, perfeccionista; en cierto punto siente, sin embargo, culpa por su propia inflexibilidad. Su amigo, Pierre Bezújov, es un hombre dulce y tonto, ingenuo y genial, harto de la vida que lleva, hambriento de cambios y de conocimiento. Ambos interactúan de diversas maneras con la familia Rostov, que me recordó bastante las familias de la nueva ola en Puerto Rico: adinerados, aunque no demasiado; su hogar es el centro social del vecindario. Los hijos asisten a cotillones y fiestas para jóvenes de su edad y el padre es experto en preparar fiestas y homenajes a amigos y personajes importantes. El hijo mayor, Nikólai, es un chico superficial, intenso fanboy del zar Alejandro I. Vive soñando con el momento adecuado para acercársele y demostrarle su amor y entrega patriótica con alguna hazaña completamente irreal. Va a la guerra como quien va al cine, con un inmerecido título de húsar, y lo hieren en el brazo antes de darse cuenta de que debió haberle puesto más atención al training. Natasha, su hermana, es la chica perfecta, a ojos del autor: jovencísima, vivaz, enamorada de su propio rostro, voz y figura, ingenua, sincera y espantosamente aburrida de su entorno.
La épica trama se desarrolla en varios episodios bélicos intercalados con escenas domésticas, bailes, cenas, cacería y paseos en el campo: escenarios de “paz”. Sin embargo, la frontera entre el escenario bélico y el pacífico se diluye. Un baile de sociedad, por ejemplo, se convierte en una pugna entre bandos para determinar quién es más atractivo o influyente, o quién tiene más acceso al emperador. Un lecho de muerte escenifica una batalla por determinar quién hereda las propiedades del agonizante. Un momento aparentemente romántico entre dos jóvenes que comienzan a conocerse es una emboscada para lograr una oferta de matrimonio. De manera inversa, la estructura militar le proporciona a Nikólai un refugio donde puede respirar y ordenar sus pensamientos. Andrei se siente vivo, útil, en medio de la batalla y encuentra la paz mirando el ancho cielo, a la penumbra de la muerte. Pierre también encuentra razones para seguir existiendo entre disparos de cañón y fusil; incluso vuelve a la guerra para morir heroicamente, vestido de blanco entre los soldados, que se ríen y se preguntan unos a otros de dónde salió aquel loco.

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