miércoles, 13 de febrero de 2008

Feliz día

-…pues yo siempre le compro camisas, y él se las pone, pero este año decidí regalarle algo que de verdad le guste-
(las dos a la vez)
-¡Un libro!

(Oído al pasar)

No quisiera hacer una tormenta en un vaso de agua, de verdad que no. A mí toda esa caca cursi de San Valentín siempre me dio náuseas, y mis jevas anteriores lo entendían. A Debi le parecía, y cito, “una farsa más de las multinacionales para quedarse con la miseria que uno gana”. A Janet le gustaba, pero decía que le daba igual… siempre la invitaba a dar una vuelta, sin embargo. La sarcástica de Gina apenas aguantaba ver los corazones de cartón colgando en todos sitios. Cuando conocí a Mili, sabía en lo que me estaba metiendo: la primera vez que la vi, tenía puestas dos antenas con copos de nieve en las puntas. Con ella, me encontré haciendo cosas, yendo a sitios y frecuentando tipos de gente que ni en mil años-luz me hubiera imaginado. Comencé a ir a la playa, me empezó a gustar el Náutica (que siempre me olió a colonia de chulo caro) y me hice tan adicto a Volcom que ya no me quedó espacio en los cristales del carro para las pegatinas. Claro que al viejo, con todo lo asceta que es, tuve que inventarle que era cosa de Mili. La gel, La Gran Vía, las Ray Ban de 160 dólares, todo quedó como cosa de Mili en casa. Debo confesar que espero con impaciencia los sábados de fin de mes, cuando Mili cobra y separa un dinero para gastarlo en el mall. Me gusta cargarle las bolsas, verla escoger los tops, ayudarla a combinar, para luego vérselo puesto dos o tres días después. Me he vuelto un poco distinto al que era, y miento si digo que sigo leyendo como antes.

A Mili le gusta que le hable de literatura; aunque es de Relaciones Públicas, descubrí una sensibilidad en ella poco común hacia las artes narrativas. Siempre le regalaba libros para cumpleaños, Navidad, San Valentín. El último sábado de enero, noté que se quedó como bruta contemplando una cartera Jimmy Choo, imitación, por supuesto, pero bastante llamativa, roja, trabilla de metal con el monograma, llave del zíper tamaño jumbo. Costaba sesenta, y era eso o los zapatos, así que la tuvo que dejar. Luego volví y se la compré, pensando que la sorprendería positivamente no tener que deprimirse otra vez con Yourcenar o Günter Grass por “estar bien” conmigo. Ese sábado examinamos varias camisas marca Element. Me gustó una, que venía en marrón y en azul, y pensé que entendió mis traslúcidas indirectas.

Hace poco, hice un examen de conciencia y me encaré en el espejo con varias verdades que me dormían adentro. Acepté que Yourcenar me parece un mega tostón, que mis anaqueles se desbordan de libros que no he terminado, y que me metí a estudiar literatura por seguirle los pasos al viejo, además de que a las jevas les encantan los tipos que les citan a Bataille entre miradas sugerentes.

No debí hacerlo, pero quería saber si era azul o marrón, para combinarla con el mahón. Leí en GQ que el azul oscuro con mahón oscuro es aburrido, lo cual me parece, no sólo razonable, sino irrefutablemente lógico, ya que no resalta ninguna de las dos piezas. Ayer, en la gasolinera, le pedí a Mili que me comprara unos fusibles para el carro y le rebusqué debajo del asiento. Honestamente, pensé que Memorias de Adriano, de Yourcenar, no venía en versión anotada, y para mi mala estrella…

Repito: no quiero hacer una tormenta en un vaso de agua. De cierta manera, aprecio su regalo y todo, entiendo por qué lo hizo, y la amo muchísimo más por eso, pero ahora no sé qué carajo me voy a poner el viernes con los cargos nuevos, y eso me tiene de pésimo humor.