domingo, 14 de diciembre de 2008

De inventario

Si un día te voltearas y miraras hacia atrás, me gustaría que encontraras:

Una silla apolillada, color hormiga, y un libro de Poe muy viejo, con ilustraciones en tinta, abierto en Berenice.

Una ventana de celaje negro y hoja de papel, de par en par, que te mostrara una ciudad rutilante de hologramas y espejos, bocinazos y quince mil pasos por minuto, desde el piso seis de tu apartamento.

Un enigma dentro de uno de los vasos de plástico que piensas desechables, alérgicamente guardado en el gabinete más recóndito de la cocina.

Un retrato desvaído sobre el armario de las películas, de rostros que no tienes ya ni idea de quiénes son o dónde están.

Una trampa de pega bajo tu nevera, polvorienta de lo que fueron alguna vez cucarachas muertas, que será removida cuando ya no estés.

Un frasco de lejía lleno de manchas de corrosión, bajo el lavamanos, enmoheciendo la madera con un anillo cuya circunferencia se amplía exponencialmente con cada sombra que pasa.

Ocho recibos rosados que nivelan la mesita donde escribes, doblados bajo una pata.

Dos labios formando un beso permanentemente lúdico, escurriéndose con lentitud por el tallado de tu puerta.



jueves, 4 de septiembre de 2008

Peeping Tom, viñetas del film



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(Se pueden escribir volúmenes de cada escena de esta película. Aquí les presento un intento de racionalizar unos pocos elementos de esta fascinante historia.)

Se encuentra en todos lados. Como un espectador de oficio (reflejo de nosotros, la audiencia), la atención no debería estar/no está enfocada en él. La pupila de nuestro protagonista se vuelve foco de placer. Refleja nuestra propia condición de espectadores. Refleja la chica de la que se ha enamorado, su vecina. La cámara es el órgano sexual del protagonista, un arma fálica y mortífera. Está fascinado con la modelo que tiene una cicatriz en la boca: la belleza convencional es común, no le interesa; la deformidad en un rostro hermoso hace el objetivo deseable.

Educación

Es la criatura de su padre. Primero fue el objetivo/víctima, cuando era niño, y su padre trató de filmar su proceso de crecimiento. El padre le compra su primera cámara, y lo filma con ella. Luego, él filma a su padre. Siendo una especie de "lente original", el padre es imposible de enfocar con nitidez, justamente como si se tratara de identificar el punto inicial en un túnel que formaran dos espejos, uno frente al otro.

Primicias

Tiene tres primicias de contacto con el sexo opuesto: la prostituta, la chica de la boca cortada y la invitación que hace a su vecina para que suba a su apartamento. Las tres tienen, a su vez, contacto con la muerte. La prostituta termina muerta, la modelo de la boca cortada ha estado en peligro y la vecina, como él más adelante afirma, si el la ve asustada, va a querer completar la tarea...

Especular

Se enamora de la vecina porque reconoce en ella algo de sí mismo: tiene cierta ingenuidad que los hace cómplices. Ella se atreve a asomarse por la ventana por donde él fisgonea su fiesta de cumpleaños. Se atreve a subir al altillo donde vive para conversar con él. Se atreve a permitir que él la escrutine con sus ojos redondos. Se atreve a insinuarle que podrían tener una cita, y cuando él se lo propone, le pide que deje su cámara en casa. Caminando con él por la calle, se detiene a contemplar una mujer quitándose unas medias, y le demuestra que es un acto que pueden compartir.

Fisgón

El ojo se coloca constantemente en sitios ocultos, incómodos: sobre un letrero, detrás de unas escaleras, tras celosías de encaje. Estás en el lente, detrás de los espejos, donde no se supone que estés. Esta posición se contrapone a la oscuridad del cuarto de proyección, donde el personaje principal ve una y otra vez las películas caseras de su infancia y las que hace en su adultez. Hay escenas, que al verlas, causan incomodidad por su proximidad a lo desconocido, a lo freaky, lo extraño; hay escenas que son insoportables, precisamente porque no se pueden ver. Para él, peor que ver demasiado, sería no poder ver, porque no podría reconocer la proximidad de la propia muerte.

jueves, 5 de junio de 2008

Conejos invisibles


“Well, you've heard the expression 'His face would stop a clock'? Well, Harvey - can look at your clock and stop it. And you can go anywhere you like - with anyone you like - and stay as long as you like -- and when you get back – not one minute will have ticked by.”
-Dowd, Harvey (1950)

Recientemente vi la película Harvey (1950). Esta comedia de errores protagonizada por James Stewart, trata sobre un hombre, Elwood P. Dowd, que tiene una gran amistad con un conejo invisible que mide seis pies y se llama Harvey. Dowd es un señor muy simpático y civilizado; quien lo encuentre en su camino tendrá siempre su tarjeta de presentación y Harvey le será presentado sin demora. La mayoría de la gente se desconcierta y huye de él, pero a Dowd no parece importarle demasiado.

El conejo es un “pooka”; un espíritu de la mitología celta (¿les suena Puck, de A Midsummer Night's Dream?) cuyo pasatiempo es hacer bromas y travesuras. Dowd acostumbra detenerse en un bar a tomarse un martini con Harvey y a conocer gente. Muchas personas se allegan a este bar, cada una con un rollo personal más grande que la anterior, e inevitablemente se forman discusiones sobre quién la está pasando peor. No obstante, cuando Dowd presenta a Harvey, todos quedan mudos, y Dowd piensa que es por la envidia que le tienen. Aparte de posar como condición mental, Harvey puede predecir el futuro, e incluso detener el tiempo. Esta aptitud provoca una de las escenas más atractivas (a mi juicio) de la película, cuando un psiquiatra le confía a Dowd cómo le gustaría que Harvey detuviera el tiempo para él. En lo personal, veo a Harvey como un recordatorio de los "paquetes" (relaciones personales, estados mentales, tics) que acostumbramos a llevar y de cierta manera nos excluyen del grupo de la "gente normal" donde siempre aspiramos a pertenecer. El bulto que acostumbramos, por acuerdo tácito, a ignorar: está ahí, te lo veo, pero lo voy a pasar por alto porque no es admisible en la sociedad civilizada.

Por otra parte, Donnie Darko (2001) es una película con Jake Gyllenhaal en la que el protagonista ve un conejo humanoide, Frank, que le predice que el mundo acabará en 28 días. Donnie Darko es un pastiche de cultura pop y ciencia ficción, donde Harvey parece inspirar una pequeña porción de la trama por antítesis. Mientras en Harvey, Dowd es un “loco inofensivo”, educado hasta la saciedad, versado en las más oscuras reglas de etiqueta, y su conejo imaginario es abrazablemente cute, en Donnie Darko, Donnie es un chico psicótico, ridiculizado por sus compañeros de clase, y su conejo es trágicamente realista. No la contaré por si no la han visto, pero recomiendo que vean una y después la otra. Ambas exploran un poco los toppings del existencialismo, cada cual a su manera.

Por cierto, aunque aún no veo mi conejo, pienso que se parece al heraldo de la reina de corazones, siempre apurado, mirando el reloj.

lunes, 21 de abril de 2008

360

Primero, silencio.
Un cuadrado violáceo unido en punta a otro azul
formando un 90x4 exacto
de un glorioso azul eléctrico.

Primero, silencio.
Un leve rumor de hojas.
Hojas de sonido que se afina como cuchillas
hasta llegar a la exactitud
que circunda el golpe de un cimbal contra otro.

Primero, silencio.
El azul eléctrico -parecido al cielo nocturno
ocho minutos antes de las ocho-
se enciende en grietas claras de luz
y comienza su propio consumo en lenta retirada.

Primero silencio, antes del ligero movimiento inicial.

martes, 11 de marzo de 2008

Otra razón para ordenar delivery

-Tengo hambre.
-Te hago un sandwich ahora.
-No, no es para que me hagas un sandwich. Yo me levanto ahora a hacerlo.
-¿No quieres que yo te lo haga?
-No, no tienes por qué hacerlo.
-Ah.
-¿Tienes hambre? ¿Quieres un sandwich tú también?
-Enseguida me levanto y hago sandwiches para los dos.
-No, yo lo hago.
-Yo lo hago. No me molesta.
-Pero yo fui el de la idea. Es justo que yo-
-Entonces no quieres que yo lo haga.
-No es eso…
-Bien, no lo hago.
-Está bien, hazlo.
-No, en serio, si no quieres que yo lo haga…
-No es que no quiera que tú lo hagas, es que yo fui el de la idea.
-Pues vete a hacerlo.
-¿Quieres uno?
-No.
-¿Estás molesta?
-No, no.
-Esta bien, no hago un carajo.
-Haz lo que te dé la gana.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Feliz día

-…pues yo siempre le compro camisas, y él se las pone, pero este año decidí regalarle algo que de verdad le guste-
(las dos a la vez)
-¡Un libro!

(Oído al pasar)

No quisiera hacer una tormenta en un vaso de agua, de verdad que no. A mí toda esa caca cursi de San Valentín siempre me dio náuseas, y mis jevas anteriores lo entendían. A Debi le parecía, y cito, “una farsa más de las multinacionales para quedarse con la miseria que uno gana”. A Janet le gustaba, pero decía que le daba igual… siempre la invitaba a dar una vuelta, sin embargo. La sarcástica de Gina apenas aguantaba ver los corazones de cartón colgando en todos sitios. Cuando conocí a Mili, sabía en lo que me estaba metiendo: la primera vez que la vi, tenía puestas dos antenas con copos de nieve en las puntas. Con ella, me encontré haciendo cosas, yendo a sitios y frecuentando tipos de gente que ni en mil años-luz me hubiera imaginado. Comencé a ir a la playa, me empezó a gustar el Náutica (que siempre me olió a colonia de chulo caro) y me hice tan adicto a Volcom que ya no me quedó espacio en los cristales del carro para las pegatinas. Claro que al viejo, con todo lo asceta que es, tuve que inventarle que era cosa de Mili. La gel, La Gran Vía, las Ray Ban de 160 dólares, todo quedó como cosa de Mili en casa. Debo confesar que espero con impaciencia los sábados de fin de mes, cuando Mili cobra y separa un dinero para gastarlo en el mall. Me gusta cargarle las bolsas, verla escoger los tops, ayudarla a combinar, para luego vérselo puesto dos o tres días después. Me he vuelto un poco distinto al que era, y miento si digo que sigo leyendo como antes.

A Mili le gusta que le hable de literatura; aunque es de Relaciones Públicas, descubrí una sensibilidad en ella poco común hacia las artes narrativas. Siempre le regalaba libros para cumpleaños, Navidad, San Valentín. El último sábado de enero, noté que se quedó como bruta contemplando una cartera Jimmy Choo, imitación, por supuesto, pero bastante llamativa, roja, trabilla de metal con el monograma, llave del zíper tamaño jumbo. Costaba sesenta, y era eso o los zapatos, así que la tuvo que dejar. Luego volví y se la compré, pensando que la sorprendería positivamente no tener que deprimirse otra vez con Yourcenar o Günter Grass por “estar bien” conmigo. Ese sábado examinamos varias camisas marca Element. Me gustó una, que venía en marrón y en azul, y pensé que entendió mis traslúcidas indirectas.

Hace poco, hice un examen de conciencia y me encaré en el espejo con varias verdades que me dormían adentro. Acepté que Yourcenar me parece un mega tostón, que mis anaqueles se desbordan de libros que no he terminado, y que me metí a estudiar literatura por seguirle los pasos al viejo, además de que a las jevas les encantan los tipos que les citan a Bataille entre miradas sugerentes.

No debí hacerlo, pero quería saber si era azul o marrón, para combinarla con el mahón. Leí en GQ que el azul oscuro con mahón oscuro es aburrido, lo cual me parece, no sólo razonable, sino irrefutablemente lógico, ya que no resalta ninguna de las dos piezas. Ayer, en la gasolinera, le pedí a Mili que me comprara unos fusibles para el carro y le rebusqué debajo del asiento. Honestamente, pensé que Memorias de Adriano, de Yourcenar, no venía en versión anotada, y para mi mala estrella…

Repito: no quiero hacer una tormenta en un vaso de agua. De cierta manera, aprecio su regalo y todo, entiendo por qué lo hizo, y la amo muchísimo más por eso, pero ahora no sé qué carajo me voy a poner el viernes con los cargos nuevos, y eso me tiene de pésimo humor.

jueves, 24 de enero de 2008

La guerra de los hornos

Para Reinaldo Arenas, por La loma del ángel, que era lo que leía por aquellos días en que me inventé esto.


Un estudiante de 20 años de traslado se encontraba, el primer día de clases, en uno de los vestíbulos de su nueva alma mater, completamente desorientado. Vio el letrero que anunciaba "Biblioteca" a su lado y decidió pegar un SOS en el mostrador. La estudiante asistente no lo pudo ayudar con su dilema. El bibliotecario de turno, algo empático, lo hizo pasar, “por hoy”.

El estudiante de traslado entró a calentar su comida en el horno microondas de los empleados. El dilema se repitió en aquel sitio con una frecuencia incomprensible, con otros estudiantes de traslado, otras loncheras, otros bibliotecarios y otros resultados, naturalmente. Por unas dos semanas, el SOS, “¿dónde está el lounge de los estudiantes?” ocasionaba, ocasionalmente, la pregunta “¿debe existir un lounge para estudiantes?” luego de la risita reprimida, al igual que otras: ¿de dónde sale el súbito interés en traer comida? ¿Razones de salud? (dada la calidad dudosa de los alimentos del centro de estudiantes) ¿Por razones económicas? (dado el costo de dichos alimentos de calidad dudosa). Y bueno, ya que no hay microondas disponible en el lounge de estudiantes, ¿qué se puede hacer?

Dejemos al hada volar.

Supongamos que el estudiante de traslado en cuestión fue sagaz. Sabiendo que existían mecanismos a los cuales recurrir en caso de una situación semejante, decidió acudir con su pedido al consejo de estudiantes de su facultad. El presidente, luego de sacar su pizza del horno, lo meditó por unos segundos y le respondió que era una petición sumamente interesante, y que levantaría el punto en la próxima asamblea. Por su parte, reflexionó, ¿sería posible que él, el estudiante de traslado, se encargara de reunir a varios compañeros que compartieran su inquietud? El estudiante aceptó de buena gana y decidió separar espacio en su agenda para escribir una petición formal a la administración y reunir firmas. Una de las miembras del consejo, que hacía fila para calentar su sandwich, le indicó que existía un horno de microondas para uso de los estudiantes en la facultad de Derecho, que no sabía si la podrían usar los estudiantes de otras facultades, pero que no perdía nada con preguntar. Otro miembro, que acababa de retirar su arroz con corned beef, tomó nota mental para mencionarlo en la reunión con la otra organización a la cual pertenecía.

Ese miércoles, los compañeros se mostraron muy interesados en el planteamiento. Cada uno donó diez dólares, y el jueves por la mañana, salieron a Topeka a adquirir un horno de microondas económico, que procedieron a pintar de rojo con una franjita negra y blanca cruzándole la puerta, para que representara adecuadamente la organización. Después de invitar a uno de sus ex miembros más ilustres a que le echara su bendición, le pusieron “El Horno Del Bien Común” y lo instalaron en el vestíbulo de una de las facultades. Pronto recuperaron los gastos cobrando medio dólar por “calentada” y de paso, distribuían literatura y recogían firmas para distintas actividades y causas.

A pesar de los frecuentes roces con empleados de mantenimiento y de la administración, que insistían en que se estaban robando la energía eléctrica, El Horno del Bien Común fue todo un éxito, tanto que los miembros de una de las organizaciones rivales, indignados por la “impunidad” con la que aquella organización, a sus ojos, hacía y deshacía en aquella universidad, suspendió brevemente su campaña electoral para adquirir, con donativos, un horno microondas más grande, que pintaron de royal blue y bautizaron con el título de El Horno del Progreso, a .25 la calentada. Los estudiantes, encantados con los dos hornos y la subsecuente disminución de las filas para calentar el almuerzo, dejaron cada vez más de comer comida de tercera en el centro de estudiantes, para placer de la que escribe.

La tercera organización, al constatar que tanto el Horno Del Progreso como el Horno Del Bien Común estaban teniendo ganancias respetables que ayudaban a adelantar las agendas de sus respectivas organizaciones, reunió dinero a su vez y adquirió, a plazos, por supuesto, un horno microondas de tamaño mediano, que denominaron el Horno Del Progreso Común. Lo pintaron de rojo encendido y le colocaron un sombrero festivo encima. Otros estudiantes, descontentos por no sentirse representados por su almuerzo, compraron otro horno, ni grande ni pequeño, le dejaron su color original (blanco) y le pusieron El Horno Apolítico. El Horno Apolítico, sin embargo, tenía su desventaja, y era que la calentada costaba un dólar (alegadamente para beneficio de las artes), y por tanto, no resultaba tan accesible.

 El estudiante de traslado contemplaba un poco pasmado, petición en mano, los resultados indirectos de su gestión. Los empleados de mantenimiento y de la administración, desesperados por el gasto de energía y la proliferación de hornos y filas de estudiantes con loncheras y fiambreras de todo tipo, cortaron la electricidad en los vestíbulos principales de las facultades. Los estudiantes que usaban sus laptops en estos lugares, inundaron la oficina de la decana con quejas. La cuota de uso de facilidades y de tecnología se puso en entredicho una vez más. Los intereses particulares de las organizaciones se hicieron patentes, un poco más patentemente. El Consejo de Estudiantes, por otra parte, no se ponía de acuerdo sobre qué posición tomar, ya que no podían encontrar tiempo para discutirlo, entre los continuos puntos de orden y las discusiones por el uso del micrófono.

Finalmente, el estudiante de traslado consiguió que una amiga le calentara el almuerzo en el hospedaje, y desde entonces dejó de preocuparse por el desenlace de aquellos eventos.

jueves, 3 de enero de 2008

1702

En 1921, Kirk Moore, el hijo de un corredor de bolsa de Filadelfia, se aventó al vacío desde una ventana del cuarto 1706, en el piso 17 del entonces joven y muy poco descuidado Hotel Pennsylvania de Nueva York, que llevaba dos años de fundado. En la ventana se encontró su sombrero. En el escritorio de la habitación había un cigarro aún encendido y una nota, escrita en el papel timbrado del hotel, que decía: “Pienso que es Hilly. Siento que mi cabeza actúa tan extrañamente. Algo se partió. Pienso que fue esta mañana. Pero amo a Hilly.” Hilly, dice la noticia, era el apodo de su esposa. Dentro de sus pertenencias, se encontró una foto sin fecha de una joven vestida de novia, así como varios documentos que proveyeron información para identificar y disponer de su cuerpo: una carta de su madre, que se encontraba con su marido veraneando en Catskill, una carta de la compañía en donde trabajaba y una dirección de contacto en caso de emergencia. El encargado del mostrador se lamentaba de no haber prestado atención cuando Moore le pidió un cuarto “en el piso más alto disponible”.

Cayó como un meteorito (si me disculpan la figura un poco manoseada) justo en lo que es hoy la entrada de Penn Station, sede también del Madison Square Garden.

A las dos de la mañana, a cuatro cuartos de su habitación, me preguntaba obsesivamente por qué Nueva York apenas tiene fantasmas. ¿Tal vez porque su agresivo mercado de bienes raíces les disgusta?

miércoles, 2 de enero de 2008

A través del espejo



Waltercio Caldas, "The Light in the Mirror" (1974) Museum of Modern Art. Con esta servidora de fondo.

"Let's pretend there's a way of getting through into it, somehow, Kitty. Let's pretend the glass has got all soft like gauze, so that we can get through. Why, it's turning into a sort of mist now, I declare! It'll be easy enough to get through --'"

- Lewis Carroll, Through the Looking-Glass