sábado, 26 de noviembre de 2011

La señorita Geumja: Sympathy for Lady Vengeance



Hace algunos meses tuve la oportunidad de ver un estupenda película coreana, Chinjeolhan geumjassi (Sympathy for Lady Vengeance, 2005), del director Park Chan-wook. Es la parte final de una trilogía, comenzada por Boksuneun Naui Geot (Sympathy for Mr. Vengeance, 2003) y Oldeuboi (Oldboy, 2004). Lo que une a los tres proyectos no es el hilo de la historia, sino los temas, de modo que se pueden ver por separado sin que afecte la comprensión de la trama. Todas exploran los recovecos pegajosos de la culpa, la trágica posibilidad de la predestinación, las medidas desesperadas a las que a veces hay que recurrir para evitar algo peor y claro, como indican los títulos en inglés, la venganza.

El título original en coreano se puede traducir como “La señorita Geumja, de buen corazón”, quien es el foco de la historia. Geumja es una mujer enigmática con un trágico pasado. A los diecinueve se declara culpable de asesinar un niño, por lo que cumple una condena de trece años.

A lo largo de la historia se resaltan aspectos de la personalidad de esta mujer. De joven exhibe una gran inocencia, que pierde luego de manera abrupta cuando, recorriendo a la medida desesperada de la que hablaba más arriba, decide cohabitar con un maestro pedófilo. En la cárcel muestra su arrepentimiento de tal manera que los que la rodean piensan que está a punto de llegar a la santidad: le dona un riñón a una compañera, cuida de otra que padece Alzheimer. Una noche, al consolar a una de las confinadas, despuntan rayos de luz de su rostro, como una pintura de Cristo. Cada acción altruista de su parte, sin embargo, ayuda a construir poco a poco un puente entre ella y el asesino, que pasea libre sin siquiera reconocer la deuda con Geumja y con los padres de su víctima.

Nuestra anti heroína tiene un talento peculiar que nos hace empatizar con ella. Frente a una multitud de periodistas, a medida que recrea la escena del asesinato que no ha perpetrado, se toma su tiempo atando un hipotético nudo de alambre en torno a las muñecas del maniquí: da forma redonda a las orejas del lazo, y cuida de que los extremos inferiores terminen en una curva grácil. De igual manera, la pistola que manda a hacer para llevar a cabo su plan de venganza está cubierta de apliques de plata con la forma del perfil de una mujer. El soldador que hace su pistola le pregunta:

- ¿Para qué hacerle tantos adornos? Mejor tener un tiro sólido y fuerte.

Ella responde:

- Tiene que ser bonita. Todo debería ser bonito.

No por nada se hace una excelente repostera en la cárcel.

Resulta interesante, además, su afán por la limpieza, ya que esta “virtud” tradicionalmente vista como muy femenina, la ayuda a neutralizar a otra compañera de la cárcel a quien todas le temen: cuando ve que su abuso llega a niveles insostenibles, enjabona el piso para que se caiga. Mientras convalece en el hospital, va rociando con lejía la comida de la enferma, que agoniza lentamente durante un año hasta morir. Otra de las presas le comenta a Geumja, por lo bajo: “¡Murió con el estómago más limpio del mundo!”

Todo debe ser bonito en el mundo de Geumja, tan asediado por la culpa y la sed de venganza. De tan metódico, su plan también es bonito, pero también muy cruel. A nosotros, los espectadores, nos convierte en sus cómplices. Termina siendo imposible no asumir una postura; imposible comprender el lío de Geumja sin quedar en conflicto con los propios principios morales. No cuento cómo llega al asesino, ni de qué consiste el “beef” entre ambos, para no arruinar una película perfectamente balanceada entre la tragedia y el humor negro, que resulta inmensamente entretenida.

La banda sonora, compuesta de melodías del periodo barroco, le debe mucho a Vivaldi y a Paganini: para acompañar la historia de Geumja, también la música debe ser bonita.

jueves, 20 de octubre de 2011

5:50





Está oscuro con rayas
(sentencia de dos segundos),
Y las palabras se me acaban.
las palabras se me hunden
En la puerta cruzada de luz.
Las palabras se me secan y se me caen,
 se juntan, me dan calor.
Se difunden en el ahora,
en el hasta luego,
en el presente
y en el quizá, en la distancia
y en el blanco impecable del olvido.
Se me acaban.
se me enfrían entre párpado e idea.
Ya está oscuro:
un diminuto punto de luz.