Hace
algunos meses tuve la oportunidad de ver un estupenda película coreana,
Chinjeolhan geumjassi (Sympathy for Lady Vengeance, 2005), del director Park
Chan-wook. Es la parte final de una trilogía, comenzada por Boksuneun Naui Geot
(Sympathy for Mr. Vengeance, 2003) y Oldeuboi (Oldboy, 2004). Lo que une a los
tres proyectos no es el hilo de la historia, sino los temas, de modo que se
pueden ver por separado sin que afecte la comprensión de la trama. Todas exploran
los recovecos pegajosos de la culpa, la trágica posibilidad de la
predestinación, las medidas desesperadas a las que a veces hay que recurrir
para evitar algo peor y claro, como indican los títulos en inglés, la venganza.
El título
original en coreano se puede traducir como “La señorita Geumja, de buen
corazón”, quien es el foco de la historia. Geumja es una mujer enigmática con
un trágico pasado. A los diecinueve se declara culpable de asesinar un niño,
por lo que cumple una condena de trece años.
A lo largo
de la historia se resaltan aspectos de la personalidad de esta mujer. De joven
exhibe una gran inocencia, que pierde luego de manera abrupta cuando,
recorriendo a la medida desesperada de la que hablaba más arriba, decide
cohabitar con un maestro pedófilo. En la cárcel muestra su arrepentimiento de
tal manera que los que la rodean piensan que está a punto de llegar a la
santidad: le dona un riñón a una compañera, cuida de otra que padece Alzheimer.
Una noche, al consolar a una de las confinadas, despuntan rayos de luz de su
rostro, como una pintura de Cristo. Cada acción altruista de su parte, sin
embargo, ayuda a construir poco a poco un puente entre ella y el asesino, que
pasea libre sin siquiera reconocer la deuda con Geumja y con los padres de su
víctima.
Nuestra
anti heroína tiene un talento peculiar que nos hace empatizar con ella. Frente
a una multitud de periodistas, a medida que recrea la escena del asesinato que
no ha perpetrado, se toma su tiempo atando un hipotético nudo de alambre en torno
a las muñecas del maniquí: da forma redonda a las orejas del lazo, y cuida de
que los extremos inferiores terminen en una curva grácil. De igual manera, la
pistola que manda a hacer para llevar a cabo su plan de venganza está cubierta
de apliques de plata con la forma del perfil de una mujer. El soldador que hace
su pistola le pregunta:
- ¿Para qué
hacerle tantos adornos? Mejor tener un tiro sólido y fuerte.
Ella
responde:
- Tiene que
ser bonita. Todo debería ser bonito.
No por nada
se hace una excelente repostera en la cárcel.
Resulta
interesante, además, su afán por la limpieza, ya que esta “virtud”
tradicionalmente vista como muy femenina, la ayuda a neutralizar a otra
compañera de la cárcel a quien todas le temen: cuando ve que su abuso llega a niveles
insostenibles, enjabona el piso para que se caiga. Mientras convalece en el
hospital, va rociando con lejía la comida de la enferma, que agoniza lentamente
durante un año hasta morir. Otra de las presas le comenta a Geumja, por lo
bajo: “¡Murió con el estómago más limpio del mundo!”
Todo debe
ser bonito en el mundo de Geumja, tan asediado por la culpa y la sed de
venganza. De tan metódico, su plan también es bonito, pero también muy cruel. A
nosotros, los espectadores, nos convierte en sus cómplices. Termina siendo
imposible no asumir una postura; imposible comprender el lío de Geumja sin
quedar en conflicto con los propios principios morales. No cuento cómo llega al
asesino, ni de qué consiste el “beef” entre ambos, para no arruinar una
película perfectamente balanceada entre la tragedia y el humor negro, que resulta
inmensamente entretenida.
La banda
sonora, compuesta de melodías del periodo barroco, le debe mucho a Vivaldi y a
Paganini: para acompañar la historia de Geumja, también la música debe ser
bonita.