sábado, 26 de noviembre de 2011

La señorita Geumja: Sympathy for Lady Vengeance



Hace algunos meses tuve la oportunidad de ver un estupenda película coreana, Chinjeolhan geumjassi (Sympathy for Lady Vengeance, 2005), del director Park Chan-wook. Es la parte final de una trilogía, comenzada por Boksuneun Naui Geot (Sympathy for Mr. Vengeance, 2003) y Oldeuboi (Oldboy, 2004). Lo que une a los tres proyectos no es el hilo de la historia, sino los temas, de modo que se pueden ver por separado sin que afecte la comprensión de la trama. Todas exploran los recovecos pegajosos de la culpa, la trágica posibilidad de la predestinación, las medidas desesperadas a las que a veces hay que recurrir para evitar algo peor y claro, como indican los títulos en inglés, la venganza.

El título original en coreano se puede traducir como “La señorita Geumja, de buen corazón”, quien es el foco de la historia. Geumja es una mujer enigmática con un trágico pasado. A los diecinueve se declara culpable de asesinar un niño, por lo que cumple una condena de trece años.

A lo largo de la historia se resaltan aspectos de la personalidad de esta mujer. De joven exhibe una gran inocencia, que pierde luego de manera abrupta cuando, recorriendo a la medida desesperada de la que hablaba más arriba, decide cohabitar con un maestro pedófilo. En la cárcel muestra su arrepentimiento de tal manera que los que la rodean piensan que está a punto de llegar a la santidad: le dona un riñón a una compañera, cuida de otra que padece Alzheimer. Una noche, al consolar a una de las confinadas, despuntan rayos de luz de su rostro, como una pintura de Cristo. Cada acción altruista de su parte, sin embargo, ayuda a construir poco a poco un puente entre ella y el asesino, que pasea libre sin siquiera reconocer la deuda con Geumja y con los padres de su víctima.

Nuestra anti heroína tiene un talento peculiar que nos hace empatizar con ella. Frente a una multitud de periodistas, a medida que recrea la escena del asesinato que no ha perpetrado, se toma su tiempo atando un hipotético nudo de alambre en torno a las muñecas del maniquí: da forma redonda a las orejas del lazo, y cuida de que los extremos inferiores terminen en una curva grácil. De igual manera, la pistola que manda a hacer para llevar a cabo su plan de venganza está cubierta de apliques de plata con la forma del perfil de una mujer. El soldador que hace su pistola le pregunta:

- ¿Para qué hacerle tantos adornos? Mejor tener un tiro sólido y fuerte.

Ella responde:

- Tiene que ser bonita. Todo debería ser bonito.

No por nada se hace una excelente repostera en la cárcel.

Resulta interesante, además, su afán por la limpieza, ya que esta “virtud” tradicionalmente vista como muy femenina, la ayuda a neutralizar a otra compañera de la cárcel a quien todas le temen: cuando ve que su abuso llega a niveles insostenibles, enjabona el piso para que se caiga. Mientras convalece en el hospital, va rociando con lejía la comida de la enferma, que agoniza lentamente durante un año hasta morir. Otra de las presas le comenta a Geumja, por lo bajo: “¡Murió con el estómago más limpio del mundo!”

Todo debe ser bonito en el mundo de Geumja, tan asediado por la culpa y la sed de venganza. De tan metódico, su plan también es bonito, pero también muy cruel. A nosotros, los espectadores, nos convierte en sus cómplices. Termina siendo imposible no asumir una postura; imposible comprender el lío de Geumja sin quedar en conflicto con los propios principios morales. No cuento cómo llega al asesino, ni de qué consiste el “beef” entre ambos, para no arruinar una película perfectamente balanceada entre la tragedia y el humor negro, que resulta inmensamente entretenida.

La banda sonora, compuesta de melodías del periodo barroco, le debe mucho a Vivaldi y a Paganini: para acompañar la historia de Geumja, también la música debe ser bonita.

jueves, 20 de octubre de 2011

5:50





Está oscuro con rayas
(sentencia de dos segundos),
Y las palabras se me acaban.
las palabras se me hunden
En la puerta cruzada de luz.
Las palabras se me secan y se me caen,
 se juntan, me dan calor.
Se difunden en el ahora,
en el hasta luego,
en el presente
y en el quizá, en la distancia
y en el blanco impecable del olvido.
Se me acaban.
se me enfrían entre párpado e idea.
Ya está oscuro:
un diminuto punto de luz.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Historias diferentes

Hasta hace cuatro años, no conocía nada sobre animación japonesa, fuera de algunas series de los setenta que veía cuando medía tres pies de estatura: Candy Candy, Mazinger Z, Minky Momo, etc. Más tarde, me encontré por accidente con Samurai-X, una serie fascinante, pero sumamente sangrienta, y decidí no reingresar al territorio sin un mapa. Las series más populares de la época, Sailor Moon y otras por el estilo,  no me parecían demasiado interesantes, hasta que leí sobre el director Hayao Miyazaki en una revista y decidí ver algunas de sus películas. Me resistía mucho todavía a la idea, ya que significaba salirme del comfort zone del estilo de animación de las películas norteamericanas. 

Me estaba perdiendo de algo. Al ver las películas de Miyazaki (Howl’s Moving Castle es mi preferida) me sorprendió el colorido caudal de imaginación que corre bajo la estructura de las historias, la manera en que se entreteje un mundo fantástico con elementos históricos (o pseudo históricos), leyendas, mitos y cuentos de hadas, además de la complejidad en las caracterizaciones de los personajes. Decidí explorar un poco más. 

Me encontré con el trabajo del director Satoshi Kon, que ha dirigido películas como Paprika, Millennium Actress y Perfect Blue, además de la serie Paranoia Agent. Estas historias capturaron mi atención porque son bien surrealistas. Los relatos giran hacia la interpretación de eventos, y esa relación fluida y problemática entre el mundo de la mente y lo real. El espectador no es un ente pasivo recibiendo información; debe interpretar lo visto y admitir, al final, que hay elementos en la historia que pueden bifurcar o limitar dicha interpretación. 

Millenium Actress, por ejemplo, es una historia tipo caja china: mientras vemos a una actriz japonesa retirada narrando su vida desde la comodidad de la sala de su casa, las paredes se desvanecen y sus dos interlocutores se adentran en la narración, convirtiéndose en espectadores de una gran película, que se compone tanto de escenas de su vida, como de escenas de películas que ha protagonizado, en constante barajeo. Al final, queda una interesante reflexión: el objeto del arte dice más sobre el artista, sobre sus sueños y frustraciones, que su propia biografía. La leyenda, además, revela más que la historia verificable.

La serie Paranoia Agent, por otro lado, es un thriller psicológico. Habla de lo estéril, lo fría e individualista que se ha vuelto la vida en una ciudad cualquiera, que incluso las mentes de sus ciudadanos se comienzan a fragmentar. Algunos viven en una especie de anedonia; otros, en su soledad, alucinan. Otros sospechan algo, se vigilan a sí mismos, descubren que olvidan cosas que han hecho y dicho, y la realidad los confronta con relatos de actos humillantes o terribles perpetrados por perfectos desconocidos: ellos mismos. 

Muchas de estas historias me han servido de escuelita. Sin bien no tengo problemas con lo clichoso, ya que en cierto modo me ayuda a construir sobre un terreno que tanto el lector como yo hemos pisado, me han ayudado a ver cuánto se puede prescindir de él, y cuántos nuevos elementos se pueden incorporar a una historia para hacerla más interesante y lograr que el lector desee convertirse en el elemento unificador de la historia, sin necesariamente empujarlo a ello. 

Pd: Satoshi Kon murió de cáncer de páncreas el 24 de agosto de 2010, unos días después que escribí esto. Por lo menos, nos queda su fascinante obra.

sábado, 31 de julio de 2010

Estática

Cerca el mall
cerca la plaza
cerca la ciudad nuestro ring particular.
Bocinazos pisadas música letras
pensamientos anhelos
sudorosos asfixiados
entre tu fin y mi principio
entre tu principio y mi fin.

Ocho mil personas y un papelito
en esa gran obra que te empeñas en representar.
Con razón cuando abro la boca
sólo escuchas un embotellamiento
incrustado de vidrios rotos.
Qué tal si me regalas un segundo
extravagante de sordera a todo lo demás:

Si miras por entre tus dedos
en el fin del mundo, a la izquierda
hacia el centro del corazón infinito
se cristaliza una cruz de malta
con las notas bajas de tu mirada.

martes, 23 de febrero de 2010

Ñak y el ídolo

En su largo viaje a lo largo del estrecho sendero, Ñak encontró un ídolo semisepultado entre la maleza. Parecía un objeto hecho de piedra, aunque brillaba demasiado como para estar hecho de algún material rocoso que él hubiera conocido. Reproducía una figura semejante a él, sólo que un poco más grande, en un gesto de abrazar o matar. En su mano izquierda empuñaba un afilado cuerno de marfil y en la derecha un redondo cuenco de agua.

Ñak pasó sus dedos por la superficie lisa de la imagen, porosa ya por los siglos de agua. Inmediatamente sintió una enorme atracción hacia aquel objeto. Después de verlo, nada existió que le importase más, ni siquiera la posibilidad de encontrar más adelante tierras cálidas donde cazar aves y peces, o una mujer con quien tener muchos bebés. Tomó su hacha y desyerbó alrededor del ídolo. Tomó la misma hierba seca que había apartado y se hizo un lecho al lado de la estatua.

Cada mañana, cuando se levantaba, Ñak se sentaba frente a su ídolo y lo contemplaba durante horas. Ahí se quedaba hasta el anochecer, cuando, al hacer la fogata, se acordaba de que tenía que comer y procuraba buscar algunos frutos que crecían cerca, o tal vez alguna liebre silvestre o ave que pudiera cazar sin apartarse demasiado de aquel pedazo de maleza. Bebía del agua de lluvia que caía en el cuenco del ídolo. Siempre dejaba la mitad de su comida a sus pies. Ocasionalmente pasaban a su lado otros, que como él, emigraban a tierras más cálidas en busca de alimento. El cubría su ídolo con algunas ramas para que no lo vieran. Le daba celos de que alguien posara su mirada en aquel objeto que había encontrado. Sentía que el ídolo era suyo desde mucho antes de haber comenzado a existir, y que había estado allí, oculto en la maleza, esperando a que lo desenterrara.

Una tarde, se dio cuenta de que el viento se había vuelto frío, afilado como su hacha. Sus pieles apenas le daban para conservar el calor. Hizo una enorme fogata y trató de mantenerla viva todo el día, mas no dejaba de tiritar. Sabía que pronto el viento traería agua, hielo. Buscó unas enredaderas. Trenzó una gruesa cuerda con ellas. La torció en torno al ídolo y haló para arrastrarlo consigo. Sin embargo, por más fuerza que aplicó, no pudo moverlo siquiera. Buscó unos troncos y los puso delante del rostro ausente. Trató de empujarlo hacia los troncos para hacerlo rodar, pero el ídolo parecía clavado en la tierra.

Ñak trató de moverlo de muchas maneras distintas. Trató de excavar con su hacha para sacarlo de su lugar, pero la rompió en el intento. Extenuado, se dejó caer frente a su ídolo y le pidió perdón, una y otra vez, hasta que llegaron, bramando, el hielo y la neblina. No paraba de contemplarlo, para grabarse su imagen en la cabeza y poder verlo cada vez que cerrara los ojos. Esa fría tarde aprovechó los últimos rayos del sol para cubrirlo con la yerba nuevamente. Dejó a los pies del ídolo su hacha rota y prosiguió su camino.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Hombres de madera


Para Alex, por las conversaciones

Al instante fueron hechos los maniquíes construidos de madera;
los hombres se produjeron, los hombres hablaron;
existió la humanidad en la superficie de la tierra.[…]
No tenían ni ingenio ni sabiduría […] Solamente un ensayo,
solamente una tentativa de humanidad.
--Popol Vuh


El día parece un río. El cielo está arropado de nubes desde ayer. Corren vetas de agua por los ventanales de cristal de las oficinas de los gerentes. Se anuncian inundaciones en la radio clandestina del cubículo de mi vecino.

Mi pie se siente extraño. Me dio un intenso hormigueo esta mañana y no lo he sentido desde entonces. Media hora atrás, comencé a sentir su peso con cada vez más intensidad. Dejo de teclear por un momento y halo la silla hacia atrás, inclinándome para ver mejor. En la penumbra bajo la mesa, mi pierna, desde la rodilla hasta la punta del zapato, parece estar esculpida en caoba. La toco. Paso mi mano por su superficie pulida. Es madera. Hago la prueba, le doy vueltas. Es de rosca. La saco, sintiendo un poco de orgullo por mi pierna. Cuando llegue a casa, pienso, averiguaré la manera de esculpir algo, tal vez un cenicero, o una vasija, de ella.

Pero por ahora, a trabajar. Abro otro cartapacio azul y hojeo los delgados papeles en blanco. Me distraigo por un momento con el rumor de papeles y los cuchicheos en el pasillo. Son expedientes antiguos, cuya información debo ingresar a la base de datos. Se supone que vamos año por año. Ya estamos en 1916. Nadie ha advertido aún, sin embargo, que dentro de los cartapacios, los papeles amarillentos no están. Hay papeles, pero están en blanco; las etiquetas no indican nada, las pegatinas de colores son solamente eso, pegatinas de colores, no tienen números, los sellos son círculos vacíos, sin fecha, y yo me he resignado.

Al final, decidí complacerles y aceptarlo. Admito que era algo que me desconcertaba al principio, incluso me repugnaba, pero no me van a etiquetar como inconforme, el rebelde sin causa de la compañía, sólo porque los papeles no digan nada. Tecleo, al azar, letras. Ése es mi trabajo. Luego envío de vuelta los expedientes a Archivos, para que los destruyan, y al final del día, copia del documento digitalizado por la red, a Sistemas. El supervisor de mi sección me envió un mensaje ayer, felicitándome por la calidad superior de mi mecanografía.

Esta semana me he atrasado un poco. Mi brazo se siente raro, pero debo continuar. Mi mano derecha ha cobrado un tono castaño oscuro, y resulta cada vez más difícil mover mis dedos. Eventualmente me rindo. Una voz me llama. Escondo mi brazo. Es la chica que trabaja junto a la pecera. Me atraen sus lunares muy menudos, como el reverso de las hojas de los helechos.

- La M, parte uno. -Anuncia, depositando junto a mí quince expedientes, antes de marcharse. Hace tiempo renuncié, ya no me acuerdo por qué, a la idea de invitarla a almorzar.

Mi brazo ya se siente entumecido, desde la punta del dedo corazón hasta el omóplato. Descubro con placer que puedo ir desenroscando uno a uno los dedos, la muñeca, el antebrazo, la bolita del codo. El cenicero va a quedar bastante interesante. Casi no puedo esperar a llegar a casa.

Esto debe ser lo opuesto a sentir un miembro fantasma, pienso, mientras veo que las teclas se hunden solas. Ya no siento mis dedos hundiéndolas, pero veo el teclado retractando las teclas, las letras al azar reproduciéndose por rapidez en la pantalla. Espero con ansias que mi otro brazo se entumezca y maravillosamente, así sucede. Soy testigo absorto de un teclado que casi hace música con el sonido de sus botones cuadrados, y de un ratón que se desliza, a intervalos cortos, sobre su cuadrado colchón.

-¿Terminaste la L, parte seis?

Me doy vuelta. Es mi vecino de cubículo. No sé como se llama, pero se parece increíblemente a un ventilador descompuesto. El miembro fantasma levanta los expedientes. Mi vecino parece percibir algo fuera de lugar, pero inmediatamente se enfoca en los expedientes.

- Ya te los puedes llevar. -Le digo.

Su trabajo consiste en triturar todo lo digitalizado y corregido por mi sección. Me sonríe como un niño antes de irse. Vuelvo a contemplar mi pierna izquierda. Imposible aspirar a más perfección. No sé qué tipo de madera es, pero parece ser cerezo, o tuya, mi favorita. La fibra es blanda, de ese tipo que se enriza, fragante, al filo de la cuchilla. Lámpara o no, tengo tanto material allí, que sería un crimen no utilizarlo. La desenrosco con cuidado y voy guardando mis pequeñas obras (porque son obras, obras que se me antojan inaguantablemente hermosas) en la bolsa de basura que le arranco al zafacón. Mi mente se desborda de proyectos: un pequeño curio, un diminuto cofre de madera. Un pequeño pedestal de mesa. Habrá que elegir, pienso mientras desenrosco mi cabeza, mi cuello y halo los seguros que componen mi pecho, mi caja toráxica, mis caderas. El corte limado y pulido con esmero de cada pieza indica que no es viruta, como los muebles que me rodean, sino madera de verdad, con sus vetas naturales y su milenario olor a bosque.

La antigua sensación de la piel se va transformando rápidamente en olvido. Veo los objetos impulsándose solos, oprimiéndose, combinándose unos con otros en mi escritorio, haciendo pequeños ruidos precisos a medida que voy entrando datos, cerrando cartapacios, exhumando papeles. La engrapadora muerde los recibos. Las carpetas enroscan sus hilos. Las presillas se prenden a los papeles como larvas.

Hoy en el almuerzo, supe que algo sucedería. A veces agradezco que una pesada mujer de aspecto felino me sumerja en un relato burlesco y a veces repetitivo que creo que es su vida. Hoy no fue uno de esos días. Por encima del perenne ruido de los platos y las conversaciones, me perdí entre los azules pétalos de la orquídea artificial que siempre me contempla. Parecía exhalar nubes de aliento, entre gruñidos. Me encontré, de súbito, entre los diminutos colmillos de su boca abierta. Me embargó una intensa ola de emotividad. Me contuve, sin embargo, no fuera a pensar mi monologante compañera que algo estaba mal. No podía permitir que pensara eso, mas aún cuando nada estaba mal, al contrario. El momento, aunque breve, no pudo ser más perfecto.

Usualmente tengo la mente ocupada cuando trabajo. Pienso en castigos severos para motivarme. Suena extraño, pero da resultado: termino tres cuartos de los paquetes del día antes de las tres. Hoy no pude terminar a tiempo, principalmente por estar pensando cómo saldría de allí arrastrando una pesada bolsa de partes humanas. De madera, claro, pero humanas. No hubiera podido aguantar las miradas sobre mí. Permanezco dentro del cubículo. Llegan hasta acá las conversaciones de despedida, el cotorreo liviano escurriéndose por el pasillo que conduce a los elevadores; el mismo tema: qué diluvio, que llegues bien, el estacionamiento se está inundando.

Pronto se hace silencio. Sólo se escucha el ocasional crepitar del disco de mi terminal.

Mientras veo las letras moverse solas, pienso que una parte de mí tiene miedo de que mi supervisor un día se entere de mis letras al azar, de que lea realmente lo que tecleo, pero es ridículo; si me echa a mí, tendrá que despedir a más de media compañía, porque todos hacen lo mismo. Todos teclean símbolos al azar en la sempiterna pantalla blanca y azul. Entre pequeñas risas y largas conversaciones, tan indoloras como impersonales, tejen su mentira. Hoy me apresuro a terminar mi labor del día; si no lo hago, no duermo esta noche.

Un rayo cae cerca y se lleva la electricidad, haciendo que todos los terminales se pongan a chillar como ratas. El ebanista frustrado en mí pugna por salir, antes de la hora de ponchar mis horas extra. Cedo a la tentación de apagar el terminal. Abro la bolsa, impaciente. Saco las piezas, una por una, y las voy enroscando. Descubro que mi saliva es un buen pegamento. Veo que las piezas son más escasas, y más pequeñas que cuando las enfrenté por primera vez esta mañana. Termino con prisa de ensamblar mi pequeño monumento. Apenas lo contemplo. Necesito luz, y la tarde está mucho más oscura de lo normal.

Hace un rato pegué el oído al cristal de uno de los ventanales de la sala de conferencias. El viento brama a esta altura, empuja el vidrio contra el marco y lo hace sacudirse ligeramente. Hacia abajo, la lluvia barre en espirales las vigas de cemento que se precipitan hacia el punto de fuga. El ombligo de la tierra me llama desde las líneas borrosas y paralelas del estacionamiento casi desierto. Son las siete. Lo dice el reloj digital del edificio de enfrente.

Escucho un chillido a mis espaldas, en la penumbra. Me volteo. Percibo una pequeña sombra saltando de escritorio en escritorio, virando lámparas y tirando teclados al suelo, mas comprendo. Lo comprendo como si lo hubiera visto mucho antes de comenzar a existir. Es un pequeño mono araña. El chillido se hace cada vez más persistente. Me pide salir. Me pide salir con urgencia. Tomo una silla y la lanzo contra el ventanal del cuarto de conferencias. La lluvia entra, azotando la mesa y sacudiendo la pantalla de proyección, y yo abro los ojos de repente y me doy cuenta de que he visto sin ver, he oído sin entender. La tercera dimensión se ha diluido en las primeras dos, y ahora lucha por salir. El mono araña salta de un archivo y desaparece por la ventana.

Corro hacia el pasillo escasamente iluminado, donde los rayos iluminan ocasionalmente el suelo. Las luces de emergencia comienzan a fallar. Oprimo con desesperación el botón del ascensor, mientras el sentido de urgencia se apodera de mí. Siento un rumor en el suelo, como si bajo la alfombra gris bullera una caudalosa vertiente de agua. Un presentimiento me eriza la piel. El ascensor se abre y vomita, entre chispas, una cascada de agua y abundantes enredaderas. Tropiezo, me levanto y me echo a correr, tal vez cuando lo que debería hacer es detenerme y encarar lo que se aproxima. Me detengo y me vuelvo.

Una ola cíclica, rabiosa, se traga el pasillo frente a mí.

martes, 19 de mayo de 2009

En ocasión de mayo, un poquito de lluvia


Como muchos saben, los aztecas tenían un dios para la lluvia, de nombre Tláloc, o sea, “el que barre los caminos”. Esto quería decir que si había lluvia, Tláloc estaba de buenas y limpiaba la ciudad. Si había sequía, estaba disgustado, y sus adeptos debían barrer el templo y la casa y la plaza, bailar con maraca y hacer sacrificios. Si por resultado de la lluvia, moría alguien, la mayor parte del tiempo era en nombre de un beneficio común mayor, y por consiguiente, un honor.

Con nuestro dios cristiano, sin embargo, nunca se sabe. Nos manda lluvia y nos manda sol, y las dos cosas son buenas. Permite que la gente viva y muera, y las dos cosas son buenas. Permite que nos metamos a conventos y nos arrastremos por las cunetas, y las dos cosas son buenas. Tláloc es muy verbal, muy expresivo: con entusiasmo envía huracanes porque nada lo hace más feliz que barrer los caminos y limpiar las tierras para los viajantes. A este temperamental dios nuestro, por el contrario, siempre hay que buscar excusas para su silencio o su aparente ausencia, como al miembro adicto de una relación codependiente. Podemos agradecerle con las mejores acciones, con las más expresivas palabras, los más hermosos cantos, pero nunca tendremos forma de saber si nos escucha o si le placemos. Pienso que gastamos energía de más en complacer a un dios tan reservado, al cual probablemente ni siquiera le caemos bien… siendo principalmente éste el motivo por el que a menudo, como dice mi abuela, “veo la tempestad y no me hinco”.

lunes, 9 de marzo de 2009

La chica que creía en los cuentos de hadas (cuento en verso para pasar el rato)



-Él es bien inteligente...
-Sí, es súper capaz. Dime, ¿qué va a hacer él con una nena que aún cree en cuentos de hadas?
(Escuchado al pasar)

Érase una vez un tipo
pensado por todos extremadamente capaz.
Érase una vez una chica que creía en los cuentos de hadas.
El tipo capaz se lió con una chica que se pensaba extremadamente independiente.
La de los cuentos de hadas se lió con un chico que leía sin parar en el tren.
El chico que leía sin parar en el tren perdió su celular
por tener la nariz metida en Austen,
y la chica extremadamente independiente lo encontró.
Llamó al número que decía "Mi nena".
Respondió la de los cuentos de hadas,
que por casualidad estaba cerca de la estación.
Se vieron, se sonrieron. El celular pasó de manos.
El chico que leía sin parar recibió su celular, y marcó para agradecerle.
Le gustó su voz. La invitó a su Facebook.
Un buen día se encontraron en el tren
y pasaron todo el viaje charlando sobre Austen.
La chica independiente se compró "Sense and Sensibility".
Comenzó a leerlo en el tren, en el baño, antes de ir a dormir.
El tipo capaz comenzó a escuchar disertaciones sobre Austen a la hora del desayuno.
El chico que leía sin parar se dio cuenta
de que estaba pensando demasiado en la chica independiente.
Decidió sacarla de su Facebook.
Se consiguió un vehículo, y dejó de irse por tren.
La chica independiente dejó de verlo en el tren.
Lo llamó, pero no respondió.
Lo buscó en Facebook, pero no lo encontró.
El tipo capaz, mientras tanto, no se preocupó demasiado
por la pila de libros de Austen en el cesto de la basura.
La chica independiente buscó en Facebook
a la chica que creía en los cuentos de hadas
y se hizo su amiga,
bajo el nombre del tipo capaz.
Comenzaron a escribirse sobre "Pride and Prejudice".
La chica independiente descubrió que la chica que creía en los cuentos de hadas,
como era de esperar,
adoraba a Austen, sobretodo a Mr. Darcy.
Mientras tanto, el chico que leía sin parar, tuvo que parar;
tuvo que trabajar horas extra para pagar su vehículo.
La chica que creía en los cuentos de hadas se frustraba por su ausencia
y soñaba con Mr. Darcy, eh- perdón, el tipo capaz...
Una tarde le escribió que quería verlo y que estaba pensando dejar a su nene.
La chica independiente reenvió el mensaje al chico que leía sin parar
y borró el perfil falso de Facebook.
Sola y abandonada, la chica que creía en cuentos de hadas
buscó al tipo capaz en Facebook.
Encontró al verdadero
y le envió una diatriba de insultos y reproches
con temática de literatura decimonónica.
El tipo capaz contempló su foto y le pareció una lástima
que una chica tan linda estuviera tan alucinada,
sin siquiera sospechar
que vivía con una chica que podía hacerle las vacaciones a Norman Bates.

lunes, 2 de febrero de 2009

Facebook como la caverna de Platón



Cada vez me persuado más de que una mente adelantada concibió a Facebook como una adaptación contemporánea de la alegoría de la caverna, de Platón. Esto puede ser demostrado mediante un sencillo ejercicio de sustitución.

Sujeto: Un perfil cualquiera, desde su creación, debe obedecer ciertas normas sociales para funcionar en Facebook. Quiérese decir, ver todos los perfiles que se deseen está sujeto (la mayoría de las veces) a que te inviten e incluyan en una pequeña sociedad de amigos, donde las partes llegan a un acuerdo tácito de no joderse la vida mutuamente, que comprende, pero no agota, el no sabotearse las conquistas, no hablar mal del otro y el emitir comentarios corteses y no críticos, así como corresponder, cada vez que se pueda, los regalitos. En cambio, se tiene cierto "derecho" a ver todas las paredes (walls) que se deseen y a estar constantemente actualizado de cada acontecimiento en la vida del amigo.

Las sombras proyectadas en la pared: Los mensajes que un amigo deja en el wall, leídos con sumo interés por los otros 489 amigos.

La fogata del mundo real: El más allá, de donde provienen las fotos y toda la evidencia que apunta a una vida fuera de la pantalla.

El sujeto que se levanta, rompe las cadenas y trata de rompérselas a los demás: El perfil que se desactiva por cualquier razón, sea desinterés, paranoia, o falta de tiempo. Los otros amigos se dan cuenta de la ausencia. Lo buscan. No lo encuentran. La falta provoca que redescubran la fragilidad de sus acuerdos tácitos, sus comentarios, sus alianzas, sus propias existencias cibernéticas. Por cada búsqueda infructuosa del perfil desactivado en la base de datos, Facebook se encarga de enviar al sujeto mensajes ("Someone misses you") para persuadirlo de que regrese.

domingo, 14 de diciembre de 2008

De inventario

Si un día te voltearas y miraras hacia atrás, me gustaría que encontraras:

Una silla apolillada, color hormiga, y un libro de Poe muy viejo, con ilustraciones en tinta, abierto en Berenice.

Una ventana de celaje negro y hoja de papel, de par en par, que te mostrara una ciudad rutilante de hologramas y espejos, bocinazos y quince mil pasos por minuto, desde el piso seis de tu apartamento.

Un enigma dentro de uno de los vasos de plástico que piensas desechables, alérgicamente guardado en el gabinete más recóndito de la cocina.

Un retrato desvaído sobre el armario de las películas, de rostros que no tienes ya ni idea de quiénes son o dónde están.

Una trampa de pega bajo tu nevera, polvorienta de lo que fueron alguna vez cucarachas muertas, que será removida cuando ya no estés.

Un frasco de lejía lleno de manchas de corrosión, bajo el lavamanos, enmoheciendo la madera con un anillo cuya circunferencia se amplía exponencialmente con cada sombra que pasa.

Ocho recibos rosados que nivelan la mesita donde escribes, doblados bajo una pata.

Dos labios formando un beso permanentemente lúdico, escurriéndose con lentitud por el tallado de tu puerta.



jueves, 4 de septiembre de 2008

Peeping Tom, viñetas del film



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(Se pueden escribir volúmenes de cada escena de esta película. Aquí les presento un intento de racionalizar unos pocos elementos de esta fascinante historia.)

Se encuentra en todos lados. Como un espectador de oficio (reflejo de nosotros, la audiencia), la atención no debería estar/no está enfocada en él. La pupila de nuestro protagonista se vuelve foco de placer. Refleja nuestra propia condición de espectadores. Refleja la chica de la que se ha enamorado, su vecina. La cámara es el órgano sexual del protagonista, un arma fálica y mortífera. Está fascinado con la modelo que tiene una cicatriz en la boca: la belleza convencional es común, no le interesa; la deformidad en un rostro hermoso hace el objetivo deseable.

Educación

Es la criatura de su padre. Primero fue el objetivo/víctima, cuando era niño, y su padre trató de filmar su proceso de crecimiento. El padre le compra su primera cámara, y lo filma con ella. Luego, él filma a su padre. Siendo una especie de "lente original", el padre es imposible de enfocar con nitidez, justamente como si se tratara de identificar el punto inicial en un túnel que formaran dos espejos, uno frente al otro.

Primicias

Tiene tres primicias de contacto con el sexo opuesto: la prostituta, la chica de la boca cortada y la invitación que hace a su vecina para que suba a su apartamento. Las tres tienen, a su vez, contacto con la muerte. La prostituta termina muerta, la modelo de la boca cortada ha estado en peligro y la vecina, como él más adelante afirma, si el la ve asustada, va a querer completar la tarea...

Especular

Se enamora de la vecina porque reconoce en ella algo de sí mismo: tiene cierta ingenuidad que los hace cómplices. Ella se atreve a asomarse por la ventana por donde él fisgonea su fiesta de cumpleaños. Se atreve a subir al altillo donde vive para conversar con él. Se atreve a permitir que él la escrutine con sus ojos redondos. Se atreve a insinuarle que podrían tener una cita, y cuando él se lo propone, le pide que deje su cámara en casa. Caminando con él por la calle, se detiene a contemplar una mujer quitándose unas medias, y le demuestra que es un acto que pueden compartir.

Fisgón

El ojo se coloca constantemente en sitios ocultos, incómodos: sobre un letrero, detrás de unas escaleras, tras celosías de encaje. Estás en el lente, detrás de los espejos, donde no se supone que estés. Esta posición se contrapone a la oscuridad del cuarto de proyección, donde el personaje principal ve una y otra vez las películas caseras de su infancia y las que hace en su adultez. Hay escenas, que al verlas, causan incomodidad por su proximidad a lo desconocido, a lo freaky, lo extraño; hay escenas que son insoportables, precisamente porque no se pueden ver. Para él, peor que ver demasiado, sería no poder ver, porque no podría reconocer la proximidad de la propia muerte.

jueves, 5 de junio de 2008

Conejos invisibles


“Well, you've heard the expression 'His face would stop a clock'? Well, Harvey - can look at your clock and stop it. And you can go anywhere you like - with anyone you like - and stay as long as you like -- and when you get back – not one minute will have ticked by.”
-Dowd, Harvey (1950)

Recientemente vi la película Harvey (1950). Esta comedia de errores protagonizada por James Stewart, trata sobre un hombre, Elwood P. Dowd, que tiene una gran amistad con un conejo invisible que mide seis pies y se llama Harvey. Dowd es un señor muy simpático y civilizado; quien lo encuentre en su camino tendrá siempre su tarjeta de presentación y Harvey le será presentado sin demora. La mayoría de la gente se desconcierta y huye de él, pero a Dowd no parece importarle demasiado.

El conejo es un “pooka”; un espíritu de la mitología celta (¿les suena Puck, de A Midsummer Night's Dream?) cuyo pasatiempo es hacer bromas y travesuras. Dowd acostumbra detenerse en un bar a tomarse un martini con Harvey y a conocer gente. Muchas personas se allegan a este bar, cada una con un rollo personal más grande que la anterior, e inevitablemente se forman discusiones sobre quién la está pasando peor. No obstante, cuando Dowd presenta a Harvey, todos quedan mudos, y Dowd piensa que es por la envidia que le tienen. Aparte de posar como condición mental, Harvey puede predecir el futuro, e incluso detener el tiempo. Esta aptitud provoca una de las escenas más atractivas (a mi juicio) de la película, cuando un psiquiatra le confía a Dowd cómo le gustaría que Harvey detuviera el tiempo para él. En lo personal, veo a Harvey como un recordatorio de los "paquetes" (relaciones personales, estados mentales, tics) que acostumbramos a llevar y de cierta manera nos excluyen del grupo de la "gente normal" donde siempre aspiramos a pertenecer. El bulto que acostumbramos, por acuerdo tácito, a ignorar: está ahí, te lo veo, pero lo voy a pasar por alto porque no es admisible en la sociedad civilizada.

Por otra parte, Donnie Darko (2001) es una película con Jake Gyllenhaal en la que el protagonista ve un conejo humanoide, Frank, que le predice que el mundo acabará en 28 días. Donnie Darko es un pastiche de cultura pop y ciencia ficción, donde Harvey parece inspirar una pequeña porción de la trama por antítesis. Mientras en Harvey, Dowd es un “loco inofensivo”, educado hasta la saciedad, versado en las más oscuras reglas de etiqueta, y su conejo imaginario es abrazablemente cute, en Donnie Darko, Donnie es un chico psicótico, ridiculizado por sus compañeros de clase, y su conejo es trágicamente realista. No la contaré por si no la han visto, pero recomiendo que vean una y después la otra. Ambas exploran un poco los toppings del existencialismo, cada cual a su manera.

Por cierto, aunque aún no veo mi conejo, pienso que se parece al heraldo de la reina de corazones, siempre apurado, mirando el reloj.

lunes, 21 de abril de 2008

360

Primero, silencio.
Un cuadrado violáceo unido en punta a otro azul
formando un 90x4 exacto
de un glorioso azul eléctrico.

Primero, silencio.
Un leve rumor de hojas.
Hojas de sonido que se afina como cuchillas
hasta llegar a la exactitud
que circunda el golpe de un cimbal contra otro.

Primero, silencio.
El azul eléctrico -parecido al cielo nocturno
ocho minutos antes de las ocho-
se enciende en grietas claras de luz
y comienza su propio consumo en lenta retirada.

Primero silencio, antes del ligero movimiento inicial.

martes, 11 de marzo de 2008

Otra razón para ordenar delivery

-Tengo hambre.
-Te hago un sandwich ahora.
-No, no es para que me hagas un sandwich. Yo me levanto ahora a hacerlo.
-¿No quieres que yo te lo haga?
-No, no tienes por qué hacerlo.
-Ah.
-¿Tienes hambre? ¿Quieres un sandwich tú también?
-Enseguida me levanto y hago sandwiches para los dos.
-No, yo lo hago.
-Yo lo hago. No me molesta.
-Pero yo fui el de la idea. Es justo que yo-
-Entonces no quieres que yo lo haga.
-No es eso…
-Bien, no lo hago.
-Está bien, hazlo.
-No, en serio, si no quieres que yo lo haga…
-No es que no quiera que tú lo hagas, es que yo fui el de la idea.
-Pues vete a hacerlo.
-¿Quieres uno?
-No.
-¿Estás molesta?
-No, no.
-Esta bien, no hago un carajo.
-Haz lo que te dé la gana.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Feliz día

-…pues yo siempre le compro camisas, y él se las pone, pero este año decidí regalarle algo que de verdad le guste-
(las dos a la vez)
-¡Un libro!

(Oído al pasar)

No quisiera hacer una tormenta en un vaso de agua, de verdad que no. A mí toda esa caca cursi de San Valentín siempre me dio náuseas, y mis jevas anteriores lo entendían. A Debi le parecía, y cito, “una farsa más de las multinacionales para quedarse con la miseria que uno gana”. A Janet le gustaba, pero decía que le daba igual… siempre la invitaba a dar una vuelta, sin embargo. La sarcástica de Gina apenas aguantaba ver los corazones de cartón colgando en todos sitios. Cuando conocí a Mili, sabía en lo que me estaba metiendo: la primera vez que la vi, tenía puestas dos antenas con copos de nieve en las puntas. Con ella, me encontré haciendo cosas, yendo a sitios y frecuentando tipos de gente que ni en mil años-luz me hubiera imaginado. Comencé a ir a la playa, me empezó a gustar el Náutica (que siempre me olió a colonia de chulo caro) y me hice tan adicto a Volcom que ya no me quedó espacio en los cristales del carro para las pegatinas. Claro que al viejo, con todo lo asceta que es, tuve que inventarle que era cosa de Mili. La gel, La Gran Vía, las Ray Ban de 160 dólares, todo quedó como cosa de Mili en casa. Debo confesar que espero con impaciencia los sábados de fin de mes, cuando Mili cobra y separa un dinero para gastarlo en el mall. Me gusta cargarle las bolsas, verla escoger los tops, ayudarla a combinar, para luego vérselo puesto dos o tres días después. Me he vuelto un poco distinto al que era, y miento si digo que sigo leyendo como antes.

A Mili le gusta que le hable de literatura; aunque es de Relaciones Públicas, descubrí una sensibilidad en ella poco común hacia las artes narrativas. Siempre le regalaba libros para cumpleaños, Navidad, San Valentín. El último sábado de enero, noté que se quedó como bruta contemplando una cartera Jimmy Choo, imitación, por supuesto, pero bastante llamativa, roja, trabilla de metal con el monograma, llave del zíper tamaño jumbo. Costaba sesenta, y era eso o los zapatos, así que la tuvo que dejar. Luego volví y se la compré, pensando que la sorprendería positivamente no tener que deprimirse otra vez con Yourcenar o Günter Grass por “estar bien” conmigo. Ese sábado examinamos varias camisas marca Element. Me gustó una, que venía en marrón y en azul, y pensé que entendió mis traslúcidas indirectas.

Hace poco, hice un examen de conciencia y me encaré en el espejo con varias verdades que me dormían adentro. Acepté que Yourcenar me parece un mega tostón, que mis anaqueles se desbordan de libros que no he terminado, y que me metí a estudiar literatura por seguirle los pasos al viejo, además de que a las jevas les encantan los tipos que les citan a Bataille entre miradas sugerentes.

No debí hacerlo, pero quería saber si era azul o marrón, para combinarla con el mahón. Leí en GQ que el azul oscuro con mahón oscuro es aburrido, lo cual me parece, no sólo razonable, sino irrefutablemente lógico, ya que no resalta ninguna de las dos piezas. Ayer, en la gasolinera, le pedí a Mili que me comprara unos fusibles para el carro y le rebusqué debajo del asiento. Honestamente, pensé que Memorias de Adriano, de Yourcenar, no venía en versión anotada, y para mi mala estrella…

Repito: no quiero hacer una tormenta en un vaso de agua. De cierta manera, aprecio su regalo y todo, entiendo por qué lo hizo, y la amo muchísimo más por eso, pero ahora no sé qué carajo me voy a poner el viernes con los cargos nuevos, y eso me tiene de pésimo humor.

jueves, 24 de enero de 2008

La guerra de los hornos

Para Reinaldo Arenas, por La loma del ángel, que era lo que leía por aquellos días en que me inventé esto.


Un estudiante de 20 años de traslado se encontraba, el primer día de clases, en uno de los vestíbulos de su nueva alma mater, completamente desorientado. Vio el letrero que anunciaba "Biblioteca" a su lado y decidió pegar un SOS en el mostrador. La estudiante asistente no lo pudo ayudar con su dilema. El bibliotecario de turno, algo empático, lo hizo pasar, “por hoy”.

El estudiante de traslado entró a calentar su comida en el horno microondas de los empleados. El dilema se repitió en aquel sitio con una frecuencia incomprensible, con otros estudiantes de traslado, otras loncheras, otros bibliotecarios y otros resultados, naturalmente. Por unas dos semanas, el SOS, “¿dónde está el lounge de los estudiantes?” ocasionaba, ocasionalmente, la pregunta “¿debe existir un lounge para estudiantes?” luego de la risita reprimida, al igual que otras: ¿de dónde sale el súbito interés en traer comida? ¿Razones de salud? (dada la calidad dudosa de los alimentos del centro de estudiantes) ¿Por razones económicas? (dado el costo de dichos alimentos de calidad dudosa). Y bueno, ya que no hay microondas disponible en el lounge de estudiantes, ¿qué se puede hacer?

Dejemos al hada volar.

Supongamos que el estudiante de traslado en cuestión fue sagaz. Sabiendo que existían mecanismos a los cuales recurrir en caso de una situación semejante, decidió acudir con su pedido al consejo de estudiantes de su facultad. El presidente, luego de sacar su pizza del horno, lo meditó por unos segundos y le respondió que era una petición sumamente interesante, y que levantaría el punto en la próxima asamblea. Por su parte, reflexionó, ¿sería posible que él, el estudiante de traslado, se encargara de reunir a varios compañeros que compartieran su inquietud? El estudiante aceptó de buena gana y decidió separar espacio en su agenda para escribir una petición formal a la administración y reunir firmas. Una de las miembras del consejo, que hacía fila para calentar su sandwich, le indicó que existía un horno de microondas para uso de los estudiantes en la facultad de Derecho, que no sabía si la podrían usar los estudiantes de otras facultades, pero que no perdía nada con preguntar. Otro miembro, que acababa de retirar su arroz con corned beef, tomó nota mental para mencionarlo en la reunión con la otra organización a la cual pertenecía.

Ese miércoles, los compañeros se mostraron muy interesados en el planteamiento. Cada uno donó diez dólares, y el jueves por la mañana, salieron a Topeka a adquirir un horno de microondas económico, que procedieron a pintar de rojo con una franjita negra y blanca cruzándole la puerta, para que representara adecuadamente la organización. Después de invitar a uno de sus ex miembros más ilustres a que le echara su bendición, le pusieron “El Horno Del Bien Común” y lo instalaron en el vestíbulo de una de las facultades. Pronto recuperaron los gastos cobrando medio dólar por “calentada” y de paso, distribuían literatura y recogían firmas para distintas actividades y causas.

A pesar de los frecuentes roces con empleados de mantenimiento y de la administración, que insistían en que se estaban robando la energía eléctrica, El Horno del Bien Común fue todo un éxito, tanto que los miembros de una de las organizaciones rivales, indignados por la “impunidad” con la que aquella organización, a sus ojos, hacía y deshacía en aquella universidad, suspendió brevemente su campaña electoral para adquirir, con donativos, un horno microondas más grande, que pintaron de royal blue y bautizaron con el título de El Horno del Progreso, a .25 la calentada. Los estudiantes, encantados con los dos hornos y la subsecuente disminución de las filas para calentar el almuerzo, dejaron cada vez más de comer comida de tercera en el centro de estudiantes, para placer de la que escribe.

La tercera organización, al constatar que tanto el Horno Del Progreso como el Horno Del Bien Común estaban teniendo ganancias respetables que ayudaban a adelantar las agendas de sus respectivas organizaciones, reunió dinero a su vez y adquirió, a plazos, por supuesto, un horno microondas de tamaño mediano, que denominaron el Horno Del Progreso Común. Lo pintaron de rojo encendido y le colocaron un sombrero festivo encima. Otros estudiantes, descontentos por no sentirse representados por su almuerzo, compraron otro horno, ni grande ni pequeño, le dejaron su color original (blanco) y le pusieron El Horno Apolítico. El Horno Apolítico, sin embargo, tenía su desventaja, y era que la calentada costaba un dólar (alegadamente para beneficio de las artes), y por tanto, no resultaba tan accesible.

 El estudiante de traslado contemplaba un poco pasmado, petición en mano, los resultados indirectos de su gestión. Los empleados de mantenimiento y de la administración, desesperados por el gasto de energía y la proliferación de hornos y filas de estudiantes con loncheras y fiambreras de todo tipo, cortaron la electricidad en los vestíbulos principales de las facultades. Los estudiantes que usaban sus laptops en estos lugares, inundaron la oficina de la decana con quejas. La cuota de uso de facilidades y de tecnología se puso en entredicho una vez más. Los intereses particulares de las organizaciones se hicieron patentes, un poco más patentemente. El Consejo de Estudiantes, por otra parte, no se ponía de acuerdo sobre qué posición tomar, ya que no podían encontrar tiempo para discutirlo, entre los continuos puntos de orden y las discusiones por el uso del micrófono.

Finalmente, el estudiante de traslado consiguió que una amiga le calentara el almuerzo en el hospedaje, y desde entonces dejó de preocuparse por el desenlace de aquellos eventos.

jueves, 3 de enero de 2008

1702

En 1921, Kirk Moore, el hijo de un corredor de bolsa de Filadelfia, se aventó al vacío desde una ventana del cuarto 1706, en el piso 17 del entonces joven y muy poco descuidado Hotel Pennsylvania de Nueva York, que llevaba dos años de fundado. En la ventana se encontró su sombrero. En el escritorio de la habitación había un cigarro aún encendido y una nota, escrita en el papel timbrado del hotel, que decía: “Pienso que es Hilly. Siento que mi cabeza actúa tan extrañamente. Algo se partió. Pienso que fue esta mañana. Pero amo a Hilly.” Hilly, dice la noticia, era el apodo de su esposa. Dentro de sus pertenencias, se encontró una foto sin fecha de una joven vestida de novia, así como varios documentos que proveyeron información para identificar y disponer de su cuerpo: una carta de su madre, que se encontraba con su marido veraneando en Catskill, una carta de la compañía en donde trabajaba y una dirección de contacto en caso de emergencia. El encargado del mostrador se lamentaba de no haber prestado atención cuando Moore le pidió un cuarto “en el piso más alto disponible”.

Cayó como un meteorito (si me disculpan la figura un poco manoseada) justo en lo que es hoy la entrada de Penn Station, sede también del Madison Square Garden.

A las dos de la mañana, a cuatro cuartos de su habitación, me preguntaba obsesivamente por qué Nueva York apenas tiene fantasmas. ¿Tal vez porque su agresivo mercado de bienes raíces les disgusta?

miércoles, 2 de enero de 2008

A través del espejo



Waltercio Caldas, "The Light in the Mirror" (1974) Museum of Modern Art. Con esta servidora de fondo.

"Let's pretend there's a way of getting through into it, somehow, Kitty. Let's pretend the glass has got all soft like gauze, so that we can get through. Why, it's turning into a sort of mist now, I declare! It'll be easy enough to get through --'"

- Lewis Carroll, Through the Looking-Glass

viernes, 7 de diciembre de 2007

360

Primero, silencio.
Un cuadrado violáceo unido en punta a otro azul
formando un 90x4 exacto
de un glorioso azul eléctrico.

Primero, silencio.
Un leve rumor de hojas.
Hojas de sonido que se afina como cuchillas
hasta llegar a la exactitud
que circunda el golpe de un cimbal contra otro.

Primero, silencio.
El azul eléctrico -parecido al cielo nocturno
ocho minutos antes de las ocho-
se enciende en grietas claras de luz
y comienza su propio consumo en lenta retirada.

Primero silencio, antes del ligero movimiento inicial.

domingo, 28 de octubre de 2007

El monolito, primera parte


(Este cuento fue publicado en Paxtiche, una revista online que ya no existe.)

En la novela 2001: A Space Odissey, una desinteresada cultura extraterrestre decide que ya está bueno de tener pedazos de roca flotante por ahí, albergando formas de vida demasiado simples, y coloca, en algunos planetas, un misterioso aparato capaz de detectar inteligencia. Este aparato (un monolito llamado TMA-0), que parece uno de los bancos de la estación del Tren Urbano de Río Piedras semienterrado en la arena, parece suscitar una atracción irresistible en algunos simios (Homo-erectus) hambrientos y aburridos. Presas de sus ondas vibratorias, los simios comienzan a desarrollarse tecnológicamente: uno descubre que puede afilar un pedazo de piedra si lo golpea muchas veces con otra, otro descubre que puede consumir los antílopes medio inútiles que le obstaculizan el paisaje, etc. A Space Odissey postula que el TMA-0, ya no tanto mamá evolución, es el gran secreto del surgimiento y los éxitos del Homo sapiens.

Fast forward al siglo 21:

Cierta fundación caribeña se hallaba preocupada por la alimentación del Homo sapiens en proceso de educación secundaria. Decidió contratar a un artista con un sólido trasfondo en Ciencias Naturales para que diseñase un aparato que ayudara a dicho sujeto a tomar una decisión sabia respecto a su salud alimentaria, factor que, como ya sabemos, influye enormemente en el desempeño en los estudios.

El artista científico accedió al proyecto, con tres condiciones:

1. Su nombre no debía ser divulgado, salvo en ciertas publicaciones arbitradas y aprobadas previamente por la fundación.

2. El nombre de la obra (TMA-Feeding) tampoco debía ser divulgado, por razones de patente y seguridad (aunque se rumora fue por temor a demandas de plagio).

3. Nadie debía saber qué significaba la obra, ya que su efectividad, como el aparato que lo inspiró, dependía en un 77.6% de la ignorancia previa del sujeto sobre sus funciones.

La construcción del TMA-Feeding comenzó en los predios de un parque de pelota abandonado en la década de los setenta; hogar de un cráter que desafortunadamente se había tragado algunos jugadores y resistía relleno de todo tipo de material. Este parque se rebautizó con el afortunado nombre de “Parque del Centenario” (para conmemorar los 2,000 centenarios del Homo sapiens sobre la tierra) y se comenzó la construcción en algún momento indeterminado del 2002 (presumiblemente verano).

Posteriormente, se contrató una compañía independiente para monitorear y evaluar la conducta (durante cinco años) del Homo sapiens en estudios secundarios. Al cabo de los tres años, la compañía independiente rindió un informe de 3,543 páginas (y 27 anejos de gráficas), con resultados alarmantes. La tabla de progreso de los sujetos mostró un marcado descenso, no solo en los niveles de alimentación, sino también de conformidad civil. Esta noticia, sin embargo, no sorprendió demasiado a la administración de la universidad caribeña, que se había visto obligada a extender períodos de clases, aumentar la matrícula, demandar, sancionar y gastar un valioso 41.9% de su presupuesto en pintura color beige.